Disminuyen las visitas en el correccional de Agüero, por Juan Carlos Capurro.


El edificio asusta dulcemente. Tiene la forma de una torta gris moldeada por un estricto pastelero cartesiano. Este artefacto fue concebido y amasado como lugar de seguridad, pero con ciertas comodidades. El objetivo material se ha logrado: evitar un contacto con el exterior.
Esa función protectoria, tan celosamente llevada a cabo, logra lo que parecía imposible: alejar; poner en riesgo la llegada natural de las visitas, particularmente de los niños y los jóvenes, que no se acercan al ver sus espantosos recovecos. El acceso es, además, lento y penoso, no apto para ancianos.
Una vez adentro, pesadas barras de cemento nos obligan a desconfiar de los pasillos. Las escaleras no se usan, pues por error o decisión,  es tanto el viento que las cruza, que sus  puertas  tienen un sellado de pesado movimiento, imposible de realizar para personas sin entrenamiento adecuado.
La construcción cementoria podría, hasta aquí, amedrentar, pero no mucho, como los ogros que, en el fondo, suelen ser buenos, una vez que se los conoce.
Pero no; forma y contenido confirman, una vez más, su indisoluble relación.
En su plaza, también de cemento , al igual que en todos sus vericuetos, los guardianes privados, disfrazados de extraños  policías neoyorquinos, impiden desde fumar hasta tocar la flauta. Piden explicaciones, si un grupo de poetas  o artistas se reúne ( aún en espacios exteriores),para leer sus papeles, tratando de animar a los encerrados. En la puerta exterior, torvos lacayos de sobretodo arratonado vigilan incesantemente, mientras fuman, escupiendo su fuego desdeñoso. Desafían, con su mirada reptilinea, a aquellos que se acercan. Adentro, sólidos controles de previa anunciación, muñidos de detectores, obligan a rumiar unos minutos, antes de dirigirse o digerirse hacia alguno de sus rizomáticos pasadizos.

Feo, lleno de luces ardidas por la tristeza, así es el tránsito interior de este batimento.

Es un hecho histórico comprobable que en la actualidad, sólo  se  la visita por obligación hacia nuestros amigos, encerrados allí, forzados a permanecer en su interior por supuestas razones de seguridad; aquellos seres queridos a quienes, por deseo y solidaridad, solemos ir periódicamente a saludar, mitigando su mortal encierro.
El establecimiento está dirigido por un lejano director que no habita en su interior, que no viene sino esporádicamente, delegando en sinceros mandarines la tarea de seguridad necesaria.
Es posible constatar que, bajo estas condiciones, el número de visitantes es cada vez más pobre, cualitativamente hablando. Desde su conjunción de edificio coercitivo y personal vigilante, tiende a crear un alejamiento prudente. De esa manera los encerrados cada vez tienen menos visitas.
Es evidente que los arquitectos de este lento edificio lograron su propósito de pasar a la posteridad. No es menos cierto que sus administradores actuales, al reforzar las guardias y ahuyentar a los ciudadanos, han perfeccionado su objetivo.
Han logrado el milagro de que a nuestra Biblioteca Nacional, sólo concurramos en los días de visita los familiares desolados de algunos de sus libros.

Juan Carlos Capurro

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