Las lineas de Nazca, el arte de la ingeniería, por María Negro


Los Nazcas, mil años antes de las comunidades incas, construyeron altares y ofrendas al dios agua con una obra de ingeniería monumental, eterna.
Esta particular manera de expresión llamada geoglifo, fue característica del arte rupestre en varios sitios de Sudamérica y China, Europa y Nigeria.
Por sus dimensiones, los geoglifos de Nazca siguen siendo los más espectaculares que hayamos observado, tan así que solo son completamente apreciables desde el aire.

Los Nazcas, descendientes de los Paracas contemporáneos con Egipto, trabajaban la tierra, eran una tribu militarizada y divida en clases sociales. Los militares y los sacerdotes ocupaban el primer lugar en una sociedad piramidal que conservaba el gusto de sus abuelos por la deformación craneana.

Al recién nacido le colocaban una banda de cuero sobre su cráneo que nadie quitaba durante un año. Esto deformaba la cabeza, o mejor dicho, le otorgaba otra forma. Algo cercano a una flor o un ramo de brócoli, o un hongo tal vez, ya que estamos en el desierto de la costa sur de Perú.

Los hombres hongos, entonces, comprendían que la posibilidad de sobrevivir con la agricultura dependía del agua, sin plan B. Las grandes extensiones del valle de los Nazcas claman al universo por un poco de lluvia desde tiempos inmemoriales.

¿Cuánto tiempo lo habrán pensado? ¿Durante cuántos pensamientos y cálculos se construyó la obra de tal magnitud? ¿En qué condiciones de descanso, o de desesperación el ser humano vuela tan lejos de sus propios límites físicos?

Nadie sabe lo que puede un cuerpo, dijo Spinoza.

Los Nazcas, un poco por esclavitud y otro poco por convencimiento espiritual, construyeron durante un tiempo que aún no pudimos medir ofrendas al apartado dios del agua, de la lluvia, que debía verlas muy pequeñas desde tanta altura. Por eso, aquello que se le entregaba en ofrenda, un dibujo, un insecto, un animal, una expresión de cercanía con ese dios dueño del agua; tenía que tener formas monumentales.

Pero, ya sabemos, nadie sabe lo que puede un cuerpo.

No fue sino hasta fines de 1920 que supimos de ellas en su magnitud externa. Podían observarse pequeños dibujos en el desierto pero no la composición total que dejó de pie a la ciencia.
Naturalmente las primeras conclusiones nos llevaron a mirar a Marte o a Urano, pero lo “innegable” es que estábamos ante la obra de extraterrestres.
Que enternecedor ver como dos mil años luego de desaparecidos los Nazcas la humanidad sigue buscando explicaciones en el cielo.
Décadas de trabajo científico primero debieron demostrar lo que ya nos dijo Spinoza. Una tribu esclavizada pero convencida de que el agua solo bendeciría su siembra si se le ofrendaba al dios una nueva obra aún más grande, construyó gigantescos acueductos donde el agua se propulsaba con el viento que abastecen al valle desde hace siglos, y siglos, y siglos.

Cada dibujo de Nazca es una obra de ingeniería impecable, una red de canales subterráneos que constituyen el acueducto más importante de la zona.

Debajo del arte, los Nazcas construyeron su propio jardín en el desierto.

Hace dos mil años, en esta costa del sur tan al sur de Latinoamérica, la belleza de una composición artística confluyó con la rigurosidad matemática, con la espiritualidad.
Pasión.
Miedo.
Muerte.
Fe.
El desafío de los Nazcas a su ambiente, el dominio del ser humano sobre la naturaleza, la fuerza del hambre que reclama Artaud para una obra de arte.
Todo puesto en la sábana hostil del desierto para ser vencido.

La obra de arte total era inevitable


María Negro

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