Guerra Fría. Un nuevo telémaco (telegrama poético) de Pedro Roth.


Un grupo de sombras surcaban el cielo. Fidel Castro, Che Guevara, el cura Mujica,  junto a la mano -blanda como el agua- de Kennedy. Era  aquel un anacronismo  de sombras peligrosas  para el imperio.

La revolución cubana, ese resplandor en la hierba, resulto un síntoma que no se podía curar con la política del “buen vecino”. Había que aplicar bastones largos, cortes de pelo, clausura de exposiciones en el Di Tella. Un baño de realidad estaba golpeando el sueño eterno de la clase media. Los  intelectuales bailaban  su gran desilusión ante  el gobierno de Frondizi.

Llego entonces la fundación Ford, luminosa, para salvar a la inteligencia local desorientada. Se los llevo,  igual que a lo cerebros mágicos de los nazis luego de la Segunda Guerra Mundial. Materia  prima, commodities, formados en largos años de trabajo en cierta libertad, fueron abducidos hacia las  norteñas universidades. Devastación de la cultura local. Los militares locales y sus dueños, también - en parte- locales, colaboraron aplicadamente.

Estados Unidos, tenía que poner orden en su casa (el asesinato de los Kennedy) y, al mismo tiempo, en su patio trasero; es decir, en la América de abajo. Proyectando en fracaso, echando culpas únicas  en los políticos vernáculos y ' de paso, aplastando a la llamada clase pensante, para que dejara de pensar con clase. 

El pretexto era frenar el avance comunista. Así vino la escalada, con dictaduras.  La muerte programada, el miedo, para que nadie se imagine una independencia. Sólo quedo imaginación para las humillaciones, el castigo, la muerte, la impotencia. Retrasaron así el reloj de nuestra historia y de paso, pusieron  distancia entre el pasado -donde quedamos nosotros- y el futuro -que quedó en manos de ellos-, pasando a una ecuación de su propaganda masiva. Ese futuro cómo el único posible. Desde entonces, se mantuvo el bombardeo de su verdad inmaculada: nos entretienen, nos "educan", nos llenan de su lenguaje, que no es precisamente el de Walt Whitman.

Muchas dulces horas por día recibimos la parte más baja de esa rica cultura; sólo la que les interesa a los mandan, junto a sus productos vendibles; y también, como suerte de bonus track compulsivo, algunos modelos moderadamente marmotas, que nos atraviesan desde la cuna.


Pedro Roth


Comentarios

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

Mineros, por John Berger

M, por Luna Malfatti