Sobre la fatalidad en el arte, por Juan Carlos Capurro


El teatro, como el cine y la literatura, son fatalistas. La obra siempre finaliza como lo quiso el autor. Este decide al fijar el nudo y el desarrollo dramático, hasta llegar a su desenlace. Aun cuando se nos  proponga un "final abierto", estará enmarcado en los límites fijados por la trama. Podemos darle un sentido propio, pero resulta ilusorio: la historia, tal como fue contada, determina nuestro abanico de posibilidades.

Esa fatalidad, en el cine o la literatura, está condicionada por la propia técnica. Lo editado cierra la historia, definitivamente. Es cierto que las nuevas tecnologías, al permitir soportes interactivos, no han emitido en este sentido, aún, la última palabra.

Pero es en el teatro donde este fatalismo, debido a su renovación cotidiana, todavía puede ser puesto en discusión.

El teatro se repite en cada función, minuciosamente. A  veces, en cuestión de horas. Se reproduce el acto mágico de los actores, que ponen su cuerpo, a metros del cuerpo de los espectadores, haciendo vibrar la dimensión sagrada de lo humano.

Esa especificidad del acto teatral, en tanto reproducción sistemática -física y directa- de una historia, permite una variación, objetiva y subjetiva, en su manera de expresarse.

Nuestra hipótesis es la siguiente.¿Que ocurriría  si los actores no estuviesen obligados a seguir la trama, quedando a su decisión - consciente o inconsciente- la repetición de la historia?; ¿ si el actor, como persona, estuviese habilitado para modificar o no lo establecido por el autor?  ¿si no resultase indiferente a lo establecido por la letra, pudiendo considerar que su personaje actúe de otra manera?

¿De cual otra manera?  La manera de actuar de sus personajes. 

Eso dependerá de la decisión de los actores. De su sensibilidad, estado de ánimo, y grado de comprensión del momento, pudiendo optar, de acuerdo a estos factores,  por seguir, o no, las indicaciones estrictas del libreto.

La condición previa, para que no se trate de un acto aislado, sería que el autor aceptase esta posibilidad, al igual que el director, dejando en libertad a los actores. No induciéndolos ni a cambiar, ni a aceptar, lo que está escrito.

Esta hipótesis podría valer, bajo ciertas condiciones, también para el cine. Aunque el espacio de repetición del teatro sea su lugar natural.

No se trata de que los actores improvisen, algo  ya admitido, sino que puedan rebelarse - sin mandato previo, ni prejuicio- ante lo establecido por el autor en  la trama. Puedan, no significa que  deban hacerlo. Es su decisión.

Si los actores optasen por mantener la trama, igual estarían decidiendo; y en ese caso, también estarían luchando contra el determinismo de la historia, porque sería el resultado de una resolución consciente, y no inducida por el "destino", ya trazado en el texto de la obra.

No se nos escapa que esto, en la vida del teatro y del cine, ocurre- en parte- siempre; una palabra distinta, un tono, un movimiento que cambia, hace de la obra algo diferente,  a la manera de Heráclito. Pero eso no modifica, en lo sustancial, el sentido final de la obra.

Tampoco olvidamos que muchos grandes directores y autores, trabajan el texto en prolongados ensayos con los actores, haciendo juntos la obra.

Pero esto que venimos a proponer no es nada de eso.

Hablamos de otra cosa.

Proponemos que sea en el momento de actuar, ni un minuto antes ni después, en ese día, y no otro, en esa función o esas tomas, y no en otras,  cuando el actor pueda decidir si renueva el texto o  si lo mantiene, de acuerdo a su percepción del momento único e irrepetible de su actuación.

LOS GRIEGOS.


La propuesta es  romper con la tragedia griega y aún con  la propia comedia de Aristófanes, que repetía como farsa el drama, para hacerlo mas aceptable humanamente. Romper con el camino ya trazado, tal como viene determinado por los dioses.

Así, el viajante de Miller puede morirse, ¿pero en qué condiciones?...mas adelante; o cuando la obra ya haya finalizado, en veinte años.... Romeo no se suicida y termina aniquilando o amando a las dos familias enfrentadas. La madre adoptiva de Brecht también puede tironear - ¿porqué no?- al hijo, fuera del circulo de tiza caucasiano.

Todos se sublevan, o algunos, o ninguno, obligándose a replantear las preguntas, las respuestas y las afirmaciones.

¿Un caos? Si, ¿pero no lo es, en muchos aspectos principales, la vida?

Peter Brook, un genio del teatro, afirma que no hay ninguna certeza en materia de ideas. ¿Porqué entonces no dejar que los actores expresen, si quieren, también las suyas? Marlon Brando dictó desde su alma, en "Apocalipsis Now", la escena de Kurz, basada en "El Corazón de las Tinieblas", de Conrad.

Se puede señalar que el resultado de una obra así intervenida sería incierto. De acuerdo. ¿Pero no es esa precariedad la que alimenta, de manera sublime, las fronteras del arte? ¿Porque deberíamos seguir lo que dice el autor como si fuera un dios olímpico? ¿No estaría mas afirmado su texto, si los actores decidieran actuar como ellos se lo proponen en el momento? ¿Si ellos se rebelasen contra un orden de cosas, de acuerdo a lo que intuyen como mejor para el desarrollo de la trama, es decir, de la vida?

No se trata aquí, obviamente, de que los actores, como nuevo determinismo, encuentren un final "mejor". Puede incluso ser "peor" teatralmente; incluso mas pesimista que el final del autor. O puede convertir en comedia lo que comenzó como drama. O las dos cosas, como ocurre en la  llamada realidad, donde todo - como en los sueños- puede ser posible. Aun repitiendo el texto, luego de optar, los actores, como Pierre Menard, estarían reescribiendo el Quijote.

Las obras  actuarían  así como la máquina del tiempo, en tiempo real. Marat podría morir, o salirse de la tina antes que llegue Carlota Corday, caminando- sin pena ni gloria- mientras sigue discutiendo con Sade, que no muere en Charenton, sino soportando a su familia, que lo odia. O  los dos revolucionarios  pueden matarse entre ellos. O escribir, juntos, una nueva aventura de Justine. Lo que surja de la decisión de los actores, recíproca o no, partiendo de intervenir, o no, según cada caso, lo escrito por el autor.

El autor, como el director, allí donde se acepte el desafío, no será licenciado, ni arrojado al infortunio capital del desempleo. Por el contrario, su labor se verá reforzada por ser más que nunca necesarios; jugaran siempre el papel decisivo de colocar la trama al servicio de los actores. El autor, porque- aun en su inconsciente- escribirá sabiendo en esta posibilidad, lo que lo hará más poético en la posible ambigüedad de sus criaturas. El director, porque sin su mano cerca los actores estarían más indefensos ante sus decisiones.

Pero los actores no serán meras marionetas sensibles, sino personas actuantes de sus personajes que, al comprender lo que está en juego, desdoblaran su rol para interpretar- también- lo que sienten mejor para sus representados, sea siguiendo o contrariando lo ya establecido. Algo que siempre habita en el corazón de los grandes actores, como lo demostró Marlon Brando, y lo aceptó Coppola.

Estos apuntes son el principio de una posibilidad ilógica, en momentos en que el arte, afortunadamente, está vivo, pero demasiado lleno de lógica.

¿Que tenemos para perder con intentar alejar el fatalismo de la creación artística? Espectadores. ¿Quien sabe? Todos los días volveríamos al teatro para ver que pasa en esta nueva función irrepetible. Si no nos gustó, siempre podríamos, a diferencia de lo que ocurre hoy muchas veces  con nuestras vidas, tener una nueva oportunidad.


Juan Carlos Capurro

Comentarios

  1. Interesantisima la propuesta. Te envidio. No se me había ocurrido. El autor como nodueño de su obra. El actorescritor. La obra terminaría en el espectador? ¿Que obra?. Gracias por hacerme pensar

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  2. La obra como lugar de ensayo. El ensayo como obra. La constante interpretación del momento en que la obra va a ser representada. ¿Representada? ¿Cómo se representa lo no presentado aún? Pero sí, la obra original funcionaría como disparador, y cada función, como disparadora de la siguiente. La obra interminable, el proyecto infinito. Quizá sea la utopía de todo artista. Gracias, Juan Carlos.

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