Mauricio Kartun, el escritor, por María Negro



El arte es la respiración de los pueblos. Mauricio Kartun toma aire ante cada respuesta. Busca con cuidado en su pensamiento la mejor imagen, que a veces es la más sencilla. Un saco, el río, los objetos, lo tangible. Su construcción en el mensaje es un pedacito de pan que se da.
Segunda parte de la entrevista que realizó para EDO, Mauricio Kartun, el escritor.
Enjoy.


-¿Qué importancia le das vos al tiempo que transcurrió, a la defensa de ese conurbano mítico, mezclado con esta nueva realidad, tan distinta tanto para el conurbano como para la ciudad más concentrada? ¿Cómo abordas esta diferencia para que tu teatro no pierda esa sensibilidad y se conecte con el otro?

-Ayer daba un seminario en una diplomatura de mi especialidad, de dramaturgia, en la universidad. Me preguntaban cuál era la primera exigencia para ponerme a escribir algo y les decía que, número uno, antes de cualquier requerimiento técnico del proyecto, lo que le pido de manera espontánea, sino ni siquiera me metería en eso, es la pertinencia al universo personal.
Que aquello que voy a escribir pertenezca a mi mundo, o en todo caso, que ese universo personal pertenezca a ese mundo de ficción. Porque tu universo es el proveedor verdadero de signos originarios, el único lugar donde vos podés tomar materia realmente original es aquello que está en tu cuerpo, tu cuerpo en términos de experiencia.
Por supuesto, cuando hablo de universos personales, hablo también de lo que he leído, de las películas que he visto, eso forma parte también deél.
No haría con esto una defensa de la poetización del costumbrismo, claro, sino de entenderse a uno mismo como un receptáculo de experiencias que son las que van a crear los signos de aquello que vas a producir. Aunque encuentre grandes ideas, aunque tenga hermosas imágenes para ser escritas, si me resultan ajenas, cualquier cosa que escriba no estaría hecha desde otro lado que no sea el prejuicio. No he tenido nunca contacto con los ejecutivos de una empresa multinacional, por ejemplo, no lo conozco ni me interesa. Si tuviera que escribir sobre eso, lo único que podría hacer es escribir desde cierta construcción prejuzgadora, ajena y previa, que es la que yo incorporémás por ideología que por experiencia, sería una forma absolutamente exterior.
Lo que vos mencionás, en todo caso, es la llevada al límite, al extremo. Yo voy siempre en busca de los lugares donde hay más acumulación de materia poetizable. Y la infancia, la adolescencia, el barrio, ese lugar donde uno incorporó aquello que se conoce como personalidad, es el gran proveedor, el proveedor primigenio, fue deallí de donde se construyó algo. Continuamente vuelvo, continuamente eso está presente, porque tiene una dimensión mítica ganada por el paso del tiempo, por la energía de transformar aquella experiencia en un valor significante, etc., que hace que se te ofrezca como una materia gruesa, plástica, colorida, poderosa, sonora. No hago de esto una propuesta ideológica, hago una propuesta práctica. Es allí, en ese campo, en ese universo donde encuentro las mejores imágenes, allí es donde voy a buscar. Si ese es el lugar donde encuentro el mejor barro para hacer un cacharro, volveré a buscar siempre en ese recodo del río.

“¡Todos quieren salir! ¿Los escuchás, no...? Pero de ahí no se mueven hasta que no cambien... ¡Aunque se mueran ahí adentro...! ¡Aunque rompan todo el baño! ¡Aunque sean tantos que se pisoteen entre ellos! ¡Acá el que no cambia no sale...!”


 La casita de los viejos (1982)


-En este proceso donde vos comenzás un trabajo, ¿lo vas elaborando durante mucho tiempo en tu cabeza y luego pasa al papel,o es un ejercicio más de constancia, de sentarse a trabajar hasta que se forme la idea?

-He atravesado las dos modalidades, en líneas generales casi por dinámica de vida cotidiana, debería pensar en esta segunda. Me refiero a que en cierta parte del año no puedo escribir porque estoy tomado por la agenda de las clases, de los viajes, y entonces, justamente aprovecho ese estado para hacer acopio, el rumeo -como la vaca- la comida va y viene, estas rumeando el material, acopiando, anotando detalles, leyendo materiales complementarios. Creo mucho en los trabajos de campo, en leer, en acercarte al material desde colinas que han creado otros. Entonces, me lo tomo con paciencia y deleite, porque ése es un momento inefable, en el que uno siente el placer de estar escribiendo sin esa necesidad fastidiosa, de mierda, de tener que armar una buena estructura.
Estoy escribiendo y no estoy presionado, fluyo. Por supuesto, hay un momento en que tenés que cerrar el cuadernito del acopio y entrás en el despelote.
La vieja maldición: las ideas te las da Dios y después escribirlas es un infierno. Entonces, después vas a esa zona más torturada y más tortuosa, donde avanzás, retrocedés, te encontrás con callejones sin salida, etc. Pero me ha pasado también la otra forma. Los premios del azar. Pero si vos te sentás a esperar ganarte la lotería el futuro te encuentra con una camiseta raída, y diciendo ¡mirá que una vez saqué terminación!
No es así, tenés que salir a buscar. En esa clase hablaba de eso. La última obra que terminé -fue un encargo de la Unsam-, estuvo en escena hasta hace poco montada por un equipo de titiriteros de la Universidad de San Martín, “Salvajada”, es una obra que nace después de hacer un largo proceso mental, no había anotado nada, simplemente pensaba. Me había tomado un tiempo para escribirla, dos meses de agenda libre para meterme a trabajar con eso. Y me pasó una cosa muy extraña. Me iba a tomar enero aquí para escribirla y febrero, que iban a ser mis vacaciones, para corregirla, y en dos meses –me dije-  creo que la tengo terminada. Me sucedió algo curiosísimo: el 28 de diciembre me senté en ese sillón con todo lo que tenía en la cabeza y el 3 de enero estaba la obra terminada. Eso pasa. Poco, pero puede pasar. Me pasó esa vez, hace diez años me pasó otra vez y también hace treinta años me pasó alguna otra. Cada tanto hay premios del azar como esos, este milagrito de que en muy poco tiempo lográs resolver algo de una manera medio misteriosa. Pero ojo: si te quedás esperando que eso suceda, en treinta años escribís tres obras. Lo otro es desarrollar, sufrir y rumear…


    -La pared la hizo usted. Todo es de nadie. La tierra es Patrimonio de la Humanidad.

-No, señor, la tierra es de quien la trabaja      

-Con tal de defender el capital, es capaz de hacerse comunista.

  Terrenal  (2014)


-Sos muy prolífico, tenés una gran cantidad de trabajo realizado.

-Soy extremadamente más prolífico que lo que cualquiera que vea mi obra puede conocer, porque el que vea mi obra, verá solamente las que estrené. Cuando uno piensa en “obra”, piensa en un resultado dialéctico, en aquello que ha cumplido todo el ciclo, es decir, se terminó de escribir, se estrenó o se publicó, pero en realidad yo no creo que escribir sea solo terminar obras. Terminar obras es una especie de malentendido dialéctico: hay que llegar al final, algo tiene que terminarse; es decir, tesis, antítesis y síntesis. Solamente se cuentan las síntesis, pero escribir en realidad es más antítesis. El gran problema es que nosotros vivimos en antítesis, vivimos en esa lucha que todavía no terminó, que no se resolvió, que a veces está al borde del fracaso y uno se retira justamente como para no verlas morir, prefiere dejarla en un cajoncito con la idea de retomarla en cualquier momento. No se murió, quedó como Disney, en el freezer. La verdad es que lo prolífico tiene que ver con escribir y no con terminar obras. En ese sentido, sí soy prolífico, el resto, las obras que estrené, yo te diría ‘mirá es una cuestión de paciencia. Si empecé a escribir a los 25 años y tengo 70, y en todo este tiempo no estrené 30 obras, decís ¿de qué morfaste? Ponete una pila. Sí, tengo 30 obras, pero si las pensás dilatadas o extendidas en el tiempo te vas a dar cuenta de que no son tantas en relación a los años que me dedico a esto. Lo otro es el grueso. Fijate: en los últimos años empecé a hacer una cosa que me da mucho gusto, empecé a airear materiales no terminados, empecé a mostrar públicamente las antítesis. Por ejemplo, hay ciclos de lectura donde me proponen que vaya y lea una escena de una obra o un material corto, y en vez de ir y leer algo que tengo terminado, voy a leer justamente algo que no terminé y que muchas veces sé ya con claridad que no terminaré.
Una primera escena de una obra que nunca pude continuar, pór ejemplo.¿Cuál es el valor de eso? El valor de la belleza de ese fragmento que no podrá ser representado porque una obra tiene que tener un desarrollo de relato, narrativo, y esto no lo tiene, pero sí tiene una belleza en sí misma: tiene la belleza de la construcción de sus personajes, del texto, la situación, de su humor o el fragmento de un cuadro. Voy a exponer la cara de un fresco que nunca pinté. Bueno, pero no podés hacer una exposición de una carita y dejar todo el resto en blanco, suele pensarse. ¿Por qué? Lo hago porque creo que es una manera, ingenua quizá, pero que internamente cobra sentido, de darle su lugar a esa materia. Esa materia está ahí, es simplemente leerlo para cincuenta personas y sentir que esas cincuenta personas puedan vincularse con ese texto que nunca pudo terminarse, que no alcanzó la convención de relato, pero que de todos modos en su fragmento tiene su valor. Y ese valor solamente puede adquirirlo en ese un nuevo soporte:exponeresa parte de un todo no concluidoen un grupo de lectura. Una interlocución infrecuente que le da sentido.
Lo hago porque continuamente estoy revisando estos materiales, continuamente estoy leyendo allí, continuamente estoy viendo qué cosa puedo desguazar o reelaborar y completar.
La cantidad de producción que tengo es extremadamente mayor, notablemente mayor, en los materiales que están sin terminar que en los terminados.




“La casita de los viejos” es una de las obras clásicas del teatro nacional, producto del trabajo realizado en el colectivo Teatro Abierto. Algo que Mauricio Kartun cuenta mucho mejor, en la próxima.


María Negro







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