Aire en el arte, por Juan Carlos Capurro


Cuando le preguntaron a Jean Cocteau, frente a la ocupación nazi, que salvaría si se incendiase el Louvre, respondió: el fuego. En épocas en que todo parece ir contra lo más sagrado de lo humano, cuando se mata impunemente y los diarios lo encubren, y la jauría - hasta hace poco escondida- sale a gritar: ¡Muy bien!, los artistas tenemos que salvar el fuego.

No se trata de bellas palabras. En épocas de reacción, muchos artistas sucumben, se dedican a brindar por la "belleza" (rara especie de dudosa ubicación), a celebrar triunfos intelectuales, juegos floridos y otro tipo de estupideces que ninguna época -reaccionaria o no- deja de exhibir con amplitud, generalmente en los suplementos culturales. Aún los militares y los burgueses cómplices supieron entender, a su manera, el arte, coleccionándolo.

En el ejemplo del Louvre todo parece más difícil. ¿No vamos a salvar a La Gioconda? Pero Leonardo no tendría dudas: él la pintó desde su alma, y en ella sólo había un elemento y ese era el fuego. Nunca le hubiese salido esa sonrisa sino fuese por aquello que no estaba en ningún lado, estando en todos al mismo tiempo: su pasión.

La única pasión que motoriza la creación artística es la vida, el deseo de vivir. Por eso los que matan tienen -no les queda otra alternativa-  que atacar al arte. Los nazis no pudieron soportar la libertad del "arte degenerado". Stalin encuadró la obra en una “realidad  socialista” inexistente. Salirse de esos parámetros llevó, en ambos casos,
a los campos de concentración. 

Por eso es que no es tiempo de mirar por la ventana. Se puede intentar. Si, se puede. Se puede ceder al vacío del canto confuso. O, como muchos artistas secretos (pienso en Van Gogh), a producir la obra sosteniéndola en el filo de la locura. En el primer caso, no habrá, a la larga, arte. En el segundo, el cuerpo paga los pecados del mundo.

Si las tendencias  totalitarias de la actualidad fuesen como las del siglo pasado, enfrentarlas sería relativamente sencillo: ya aprendimos de ellas, y sabemos cual es su juego, también en el campo del arte.

Pero hoy esas tendencias son  más sutiles. En el arte hoy no se confronta, sino que se ignora. Si la obra es sublevante, el vacío que se le produce alrededor es suficiente. Hoy no hay cubista ni surrealista que pueda molestar. ¡Hace tu obra - nos dicen- y que te la reconozca tu familia!; y eso, si es que tu familia no es arrastrada por el aire de los tiempos, y termina por pensar que los tiempos son los que tienen razón. 

Nuestra época decide - ya decidió- quién es artista y cuál es el arte. Diez nombres instalados, con sus instalaciones itinerantes, navegan de país en país. Luego caen algunas migajas para los emuladores.

Se podrá decir, con razón, que así ha sido siempre.
No.
La iniciativa, en el siglo pasado, era de los artistas, no de las instituciones. Estas asimilaban o no, y aún así, aún cuando se opusieron, luego se vieron obligadas a asimilar lo que salía al ruedo del arte. Aún para reprimirlas, las dictaduras tuvieron que negar las obras, es decir, reconocerlas.

Hoy no.
Hoy no se tiene que negar nada, porque el parámetro viene desde arriba. Son las instituciones del arte, los museos, fundaciones, bienales, las que dirigen la obra; no los artistas. Los artistas tienen que buscar  los contactos para ser admitidos por las instituciones. No ya por un marchand  o mecenas solitario. Esto vale para todo. Las grandes  editoriales deciden qué necesita el mercado, antes. Lo mismo en la música y las artes visuales. En este último sector, inclusive, quien organiza es quien, a través del capital financiero, decide que obras tienen o no sponsor. Sin él, no hay exposición, ni recital, ni puesta en escena.

Esto no quiere decir que no haya otros circuitos independientes. Por supuesto que se resiste. Se hace. Se impone. Si. Pero debemos comprender en qué condiciones estamos logrando mantener ese milagro, hoy en peligro.

La tarea de los gobiernos autoritarios es, ahora, muy sencilla. No hacen falta persecuciones abiertas; basta con dejar afuera a todo aquello que no sirva al adormecimiento de la población, también en el arte. Cierre de salas. Cierre de subsidios. Cierre de silencio a todo lo diferente, no aceptado.

Es por esto que estamos ante una hora significativa. Salvar al fuego es no dejarse llevar por esta ola nefasta de masificación del silencio, que es otra forma de la mentira. Y, lo más difícil es no dejarse llevar por la idea de que el artista está a salvo de esta negación de la vida y la libertad. También la mentira ha llegado al arte. No hay cóctel ni adulación, ni fiesta  que salve nuestra obra. 

Solo con aire vibra el fuego.


Juan Carlos Capurro

Comentarios

  1. Gracias Juan Carlos. Excelente saberse acompañada en el pensamiento y el sentimiento. Es duro el momento en que vivimos pero no debemos olvidar que el Futuro es nuestro.VENCEREMOS!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

Mineros, por John Berger

M, por Luna Malfatti