Cien pasos, por Mirla Cox


Cambiando el camino de regreso, ella toma las calles más céntricas y comerciales. Hace mucho tiempo que no puede darse el gustito de comprarse "algo". Hoy sí, por eso, con su mirada va buscando en cada lugar su objeto de deseo. Deja que su instinto la lleve, como flotando. Hay vidrieras que recién descubre. No es de mirar lo que no va a comprar. En el camino diario hacia su trabajo las veredas solo le obsequian naturaleza, eso que no se paga, que no se compra. Flores, aves, nubes, sombras figuradas, todo lo que acompaña y da vida a la música que lleva en sus oídos.
Pero hoy, sabe que algo la está esperando.
Clava su vista en unas botas, cortas, simples, aunque estéticamente...hilo tejido en tacón cuadrado de charol negro. Un guante para mis pies, pensó. Fueron suyas en un instante...navegó en ellas, recorriendo la ciudad, apropiándose de una dinámica hasta ahora desconocida; casi mágica. La vereda se convirtió en pasarela imaginaria, le quisieron vender la adrenalina del consumo. Ella compró pasos seguros...comenzó  a contar sus pisadas con las baldosas, la plenitud interior desbordada de energía: se sintió bella, íntegra, única.
Con que poco soy feliz, susurró... noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueve...ya no está aquí.
El semáforo cambia, una novena sinfonía en sus oídos la empuja a avanzar, flota.
La oscuridad la invade, su cuerpo se desploma y ella gime..."cien".

Mirla Cox

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