Candomberos!, por Juan Carlos Capurro



La muerte acecha. Pero la vida es más fuerte. Por eso los negros no se rindieron, a pesar del ataque, del miserable paso que los llevo a ser carne de cañón de los señoritos miserables, cuyos padres enviaban, suplantándolos, a San Martín y Belgrano, una sola tropa para luchar contra el godo: sus esclavos. Los niños tirifilos, mediocres, embalsamados de idiotez virreinal, devinieron, en su dormida indiferencia,  en directores de empresa, actuales, siempre sumisos ante todo Imperio. Ley de un linaje.

También fueron los negros los enviados a la guerra de la triple infamia, devastando al Paraguay. Sarmiento, bárbaro y lúcido, entrego allí a su hijo, mientras los dueños de la bosta retaceaban a los suyos, enviando a sus negros. Sólo quedaron unos pocos. Apagados. Olvidados.

Pero revivieron. Tenaces. Volvieron a la luz, lentamente. Fueron muchos, secretamente  muchos, los que volvieron a Buenos Aires,  gracias a la eficaz acción del Señor Bordaberry, un infeliz que pasará a la historia como eficaz autogolpista uruguayo, dirigido, in situ, por otros cinco infelices (ya jubilados), todos oriundos de Maryland y reclutados en Langley, Virginia, un virginal territorio de desfloradores de países pequeños, débiles, y ricos en proteínas. Una epopeya de canallas.

El golpe de 1973, nos cuenta  Ernesto Gut (autor de Candomberos, film estrenado ayer en el Gaumont) trajo a Buenos Aires miles de uruguayos, huyendo del sangriento ataque a las libertades de la otrora "Suiza de América".

Y entre esos miles, cientos de negros, cientos de hermosos cantores de la vida, que trajeron con ellos lo que ya estaba aquí, fragmentado, mutilado, desaparecido, devastado  por los próceres mitristas de la masacre paraguaya: su música africana.

Y muestra  Ernesto Gut, como ellos fueron floreciendo, desterrados del conventillo Medio Mundo, en el barrio sur de Montevideo, ese que la dictadura obtusa y llena de pies planos, destruyó con manita de niño maltratado, de sumiso del amo.

Pero los Candomberos siguieron, no dejaron de cantar, despacio...

Y entonces, Ernesto, nos cuenta como se hizo amigo de ellos, como fue comprendiendo que atrás de esa resistencia estaban todas: las ancestrales, del odio y la esclavitud, y las modernas, del "negro" que puso las patas en la fuente y se atrevió a gozar, y luchar por su goce en la tierra, contra todos los mandatos del linaje familiar (siempre hay un linaje) que les decía: hay que agachar la cabeza.

No, basta, dijeron, no podemos dejar de cantar. Y a cantar, se largaron nuevamente, y a templar el parche. Y a defender lo conquistado.

Y a tener que aceptar entre ellos, cuenta Ernesto, que la mujer también puede tocar el tambor. Y a desafiar al blanco pálido estólido italianito español, que desprecia y es despreciado, hijo  de su triste linaje, basado en el desdén hacia los  condenados de la tierra, los negros del mundo.

Todo eso dice, transmite, respira Ernesto Gut en su filme, que habla de la vida, de la lucha, de los matices de una historia oculta, que aparenta saltar sólo entre tambores, pero baila a través de la sangre, es decir, de lo que se pronuncia por la vida.

Sangre negra, si. Es decir, la de todos, que empezamos caminando desde el África, lentamente, un poco aturdidos en los siglos, para llegar hasta este culo del mundo, en donde nada parece ocurrir, mientras todo se prepara para realizar un cambio histórico. El eslabón más débil. Pero entre los más lúcidos, como el afilado texto de las murgas.

No dejen de ir a ver Candomberos, el extraordinario film de Ernesto Gut. 
Lo que allí suena es nuestro futuro, en los tambores.


Juan Carlos Capurro

Candomberos
Director: Ernesto Gut
Cine Gaumont - Av Rivadavia 1635 - Caba
Jueves a miércoles 19.45 hs

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