¿Adónde vamos?, por Juan Carlos Capurro
Hace pocos días escribí unas líneas ante la muerte del
creador del comisario Montalbano. Dije allí que Andrea Camillieri pasó a la
clandestinidad, con su obra, como parte de la resistencia a la ola fascista en
Italia.
No fue una metáfora.
¿Adónde vamos?
Siempre, sin darnos cuenta, para el mismo lado: vamos al
hacer, al dar, al tratar de transformar el barro en obra, la piedra en casa, el
llanto en una canción que merezca la pena, las penurias en una risa que las enfrente
y las transforme en su contrario.
Parece natural decir esto cuando se trata de artistas. Si
hacemos algo sublimando la materia, sentimos que estamos cerca de la poesía.
Todo lo sublimado, elevado a la belleza de vivir, tiende a trascender, de una u
otra manera, la supuesta fortaleza de la muerte. Por eso los actores no se
mueren sino que salen de gira, los pintores permanecen trabajosos en la tela,
los cantantes siguen tocando la guitarra en el cielo. Una serie de imágenes un
poco forzadas, pero que nos dan cierta confortación. Un placebo de sueño. Un
alivio que intuimos, además de corto, ligeramente falso.
Pero miremos al albañil que juntó los ladrillos, que midió
con la cuchara, que hizo la casa: la suya y la de los demás; el que hizo el
Duomo en Milán, Notre Dame en París, el Chrysler de Manhattan, las pirámides
mayas y egipcias, las pequeñas acequias de Córdoba, pensadas y medidas todas,
sobre todos los cielos, del norte y del sur.
Miremos a aquella que hizo el bisonte en las cuevas de Lascaux
(¿quién dijo que era un hombre?) ; el que dio vuelta la piedra para que fuese
rueda, la que alumbró el fuego y el que pensó como soportar el peso de las
puertas y los otros, que las pusieron; la que imagino un hombre hecho de muchos
otros hombres, y lo llevo a la imprenta, ayudada, para que comprendiésemos que
no era un monstruo; los que escribieron la música, y los que con sus manos la
tocaron por primera vez, sin saber lo que tocaban, todavía; cientos de ellos,
cada uno con sus manías y diferencias, como aquellos que pensaron, por primera
vez, que un esclavo no era una cosa sino otro ser humano, y pasaron a la
acción, y cayeron y se levantaron; como los y las que tomaron la herramienta o
el fusil o las flores con los libros y fueron a la lucha, para transformar,
para decidir, para sus hijos y los otros.
¿Todos ellos están en dónde?
No en el olvido, ni en las fotos, ni en los recordatorios de
esa peste llamada melancolía. Están entre nosotros, como nosotros estamos entre
nosotros, aún sin conocernos, quizás nunca, haciendo. Están, estamos, en cada
cosa que se hizo, que se hace, modificando incesantemente el mundo.
No se trata de diarios, ni de avisos, ni de famas. El
bisonte sigue estando ahí, y vibra, con sus autores, en la cueva, como vibran
las revoluciones, a través de los que las hacen y las hicieron. Vibración de
millones de singularidades.
Estamos siempre, porque la más mínima partícula es materia y
de su conjunto sale lo que somos, oponiéndose a lo que niega lo mejor de la
vida. Lo que fue, sigue siendo, perdura en las nuevas obras que seguirán en
otras, influyéndose de manera constante y silenciosa.
De la misma manera que Camillieri sigue viviendo en
Montalbano, la maestra de un lugar remoto, que educó sin esperar recompensas,
sigue en los educados; los que curan y cuidan, y nos cuidaron, en los
hospitales, siguen presentes, como colectivo, para saber más como ayudarnos,
junto a los psicoanalistas, en el alma, y nos perduran; el arquitecto con el
albañil siguen en el arco y la ojiva, haciendo sus cálculos infinitesimales;
así como también los mártires están al
lado de los que siguen luchando, y la rosa que se deshoja está preparando una
próxima rosa, sin mirar para atrás, porque habiendo sido ya gozada, genera, sin
parar, lo que sigue siendo.
Todos seguimos vivos.
La llamada muerte es sólo un cambio de estado material, una
forma nueva de calidad. Cuando se hizo
algo bueno por la vida, permanecemos en la vida, no en la memoria.
¿Y adónde van entonces los canallas, que hacen e hicieron
exactamente lo contrario?
La muerte, para los canallas, es la memoria de la Humanidad.
Juan Carlos Capurro
Con respecto a la muerte me gusta lo que propone Deleuze cuando escribe "el pensamiento es un conjunto de fuerzas que se resisten a la muerte"porque lo importante está afuera del pensamiento; está en lo que fuerza a pensar. " Pensar es resistir" y ahí está su vitalismo.Es la vida tratada como campo abierto de los encuentros.y más....
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