De la ceremonia de los pueblos, por Juan Carlos Capurro


De la ceremonia de los pueblos

No es habitual descubrir un lugar donde la vida sea maravillosa. Algunos logran encontrarlo en la  Tierra. Y cuando eso ocurre, los que lo descubren lo mantienen en secreto. Pero sólo  los poetas, a diferencia de los mezquinos, son capaces de descubrirlo a fondo; y, además, compartirlo. 
Una artista nacida en Argentina, la cineasta Georgina Barreiro,  encontró ese rincón secreto. El lugar está en los Himalayas. No es fácil llegar. Es un pequeño pueblo perdido en las montañas.  
Georgina, junto a su compañero Matías Roth y un reducido  grupo de visionarios, llegaron hasta ese lugar, y luego de comprender lo que estaban viendo, tuvieron la generosidad de compartir el descubrimiento. Y entonces lo filmaron.

Ese film luminoso se llama "La huella de Tara".
¿En dónde reside la clave de ese pueblo escondido?
En un hecho olvidado, generalmente, por la mayoría de nosotros: en la ceremonia de la fiesta.

Porque allí, en ese pueblo remoto, todos los días, aún en aquellos más grises, cuando el polvo levanta su manta sobre los ojos, cuando llueve y no se detiene, cuando ya todo parece que se pierde,  los pobladores, imperturbables, continúan preparando la ceremonia. Siempre.

Los primeros protagonistas son los niños. No están solos. Son sus padres, sus hermanos, sus tías, son los modestos maestros de la escuela, con su piso de tierra y barro, los que les preparan para el acontecimiento. Preparan sus vestidos de colores, enseñan las danzas, corrigen los movimientos, la manera de mover las manos, alzadas y sutiles; les indican como soplar en el viento de las trombas y los cuernos, recordando, a su vez, como se los enseñaron a ellos sus ancestros, durante siglos. 
Los jóvenes participan. Acompañan. Mientras  acompañan, se preocupan por los nuevos mensajes, los de sus celulares, con las noticias de la capital, a la que sueñan con viajar.
Uno de los protagonistas, inteligente, agudo, lo dice claramente. “Estamos esperando que llegue el turismo. Eso cambiara nuestras vidas”.

Para su generación, ese lugar donde viven está bien. Pero, quizás, otro aspecto de lo maravilloso este allá, en otro lado, al que anhelan llegar, para traer acá sus beneficios lejanos.

Sus padres no tuvieron celulares. Y eso ni a los niños ni a los mayores les importa. La fiesta es acá, en la montaña.

Los jóvenes, a su manera, coinciden. Los turistas, que aun no llegan, no saben lo que se están perdiendo.  

Todos en el pueblo desfilan, vibran, hacen, sin percibir que hay una cámara (enorme y decisivo acierto artístico) que los registra. Queman la leña en el incienso para ofrendar a Buda. El silencio sólo se corta con la música hecha por ellos. Las frases, precisas, sólo transmiten lo necesario, porque todo está  entendido en el aire.

La cámara está al servicio de la vida, de lo que va transcurriendo. No hay apuro en la transmisión  Se logra así hacernos llegar lo que sucede. Nadie está apresurado. Nadie espera ningún cambio.

Sólo los jóvenes reflexionan, de pronto, sin darle demasiada relevancia, sobre los subsidios que, aunque  llegan de la capital, se los adjudica, como si fueran propios, la gobernación local. ¿Es esa una queja? Apenas una constatación de lo que ocurre.

Al ver el film uno no deja de interrogarse. ¿Es esto distinto a lo que ocurre en otras partes del mundo?

Lo que se ve en las laderas de Tara, lo sagrado exclusivo, sólo se encuentra allí. Y reflejarlo es el mérito de  esta  obra íntima y sencilla, así como son de sencillos los cuartetos de Brahms.  
La ceremonia, la fiesta, creada colectivamente, es lo que nos permite transcender a los humanos, alejando nuestro esfuerzo colectivo de los lugares banales del poder y el dinero, con su consecuente estupidez y degradación.  Lo colectivo siempre es una respuesta al individualismo, ese hijo vacío de la opresión.  

Todos los pueblos, a su manera, defienden en sus ceremonias de la fiesta el derecho a disfrutar de la vida. Afirmación que logra transmitir, con suave belleza, esta  delicada ópera de cámara.


Juan Carlos Capurro


La huella de Tara

Argentina, 2018
71 minutos
DCP / Color / Nepalí
Dirección: Georgina Barreiro.
Producción: Georgina Barreiro y Matias Roth.
Dirección de fotografía y cámara: Leonardo Val.
Edición: Anita Remón.
Diseño de sonido: Sofía Straface.
Sonido directo: Tomás Portias.
Una producción Ginkgo Films.


FUNCIONES
Del 1° al 14 de agosto a las 19 hs.

LOCALIDADES
Plateas: $60 entrada general.
$30 estudiantes y jubilados con acreditación.
NO SE PERMITIRÁ EL INGRESO A LA SALA UNA VEZ COMENZADO EL ESPECTÁCULO

Sala Leopoldo Lugones
Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530.

+INFO: www.complejoteatral.gov.ar


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