Helada como el agua, por Juan Carlos Capurro


Una de las principales virtudes de la información visual sobre la pandemia, es la de ayudarnos a ver la realidad. Estamos en casa. Los niños estudian, pese a todo, ayudados por la computadora. El padre y la madre, inclinados en la mesa, envían sus informes a la empresa o la universidad. Se riegan puntualmente las macetas. Se hace alguna gimnasia. Aprendimos que hay que lavarse las manos varias veces al día. La distancia social, el barbijo (a veces pintoresco), se imponen; algunas incomodidades- es cierto- pero, relativamente, el confinamiento va dando sus frutos.

Muchos aplauden al personal de la salud  a las nueve. Hay un reconocimiento positivo. También otros, de signo negativo: enojados por su encierro, muchos ciudadanos de los barrios mejor ubicados, manifiestan su cívico descontento por la falta de libertad.

Todo está esperando, a su manera, el fin de esta grave etapa.

Esa realidad, con sus pequeños matices, en parte nos tranquiliza. Igual leeremos, también seguiremos una serie interesante. Haremos, quizás, algunos cambios necesarios en el departamento o la casa. Ya pasará...

Esa realidad, sin embargo, no parece querer advertir el fluido del agua.

El agua, con su helada transparencia, no fluye igualitaria. No llega a todos lados.  No hay cañerías. No hay vertientes. No hay cómo lavarse las manos.

Los niños, por los numerosos rincones, no sólo no pueden lavarse; no tienen tampoco computadora para seguir su clase, ni luz que les alimente por la noche.

La distancia social, en cientos  de miles de moradas, es imposible de cumplir. Todo está hacinado. Las calles son un barrizal. Los precarios negocitos no cierran, no toman distancias, contagian; no lo hacen porque sí; lo hacen porque si no, no hay sustento diario.

El padre y la madre, allí, no pueden inclinarse sobre la mesa de trabajo virtual. Deben inclinarse, en cambio, sobre alguna changa, en el áspero afuera, quizás de manera clandestina, para sobrevivir.

Millones de personas.

Que no están comprendidos en la realidad de los medios visuales.

Sólo un breve rayo catódico ilumina, a veces, esos lugares. Un poco. Un rato.

Se puede ver, espiar quizás, el hacinamiento, como si fuese una condena de la historia. La falta de higiene, como signo de una brutalidad que se insinúa, al no ser comprendida en todos  en sus términos, como una elección de la propia voluntad. Lugares multitudinarios, en todos los países, donde eso, lo "marginal", es lo innombrable. Lo oculto.

¿Es otra realidad? ¿Hay  más de una?

La realidad, aunque lo niegue ella, obstinadamente, siendo una sola, está dividida en clases.

Helada como el agua.


Juan Carlos Capurro

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