Daniel Viglietti, el señor que nombró los alambres, por María Negro


Ha fallecido el poeta, anoche, en su paisito.

Cantor, compositor, docente y locutor de radio,  el autor de "A desalambrar" fue detenido en 1972 por la dictadura uruguaya. La campaña por su liberación tuvo las voces de Sartre y Cortázar. Así, el concertista que abrazaba dulcemente el tiempo cruel de la tortura con su folcklore duro como un pie implacable, como un dedo que señala las heridas, empezaba el camino del exilio.

En 1973 pasará brevemente por Argentina, para luego partir a Francia, donde vivirá por más de una década. Los años de exilio no registran grabaciones.  A su regreso, editará "Trabajo de hormiga", acumulación previa que confirmaba que nunca su guitarra habría de quedarse calladita.

La palabra, esa herramienta de lucha que nombra Gelman, será tomada por Viglietti para denunciar a las dictaduras en Uruguay y América Latina.

Pero la mano que señala la tormenta, como el buen vigía, no tiene tiempo de cansarse. A sus ochenta años, Viglietti nos deja un trabajo vital e inconcluso: el extenso archivo musical de preservación y difusión de música llamado "Memoria sonora de América Latina"; un archivo de más de 40 años de artrópodo trabajo.

En este continente marcado a fuego por las desapariciones forzadas de personas, Viglietti se ampara en el atesoramiento de la memoria como la trinchera que no debemos abandonar. 

Olvidar es el verbo que precede a la muerte total.

Por eso, Daniel Viglietti ha cantado a la América herida demostrando que, a pesar de todo y  de todos los esfuerzos, no pudieron herirla de muerte. Detrás de su poema y su música, nace el gurisito con la mirada limpia del hombre nuevo.

"Se precisan niños para amanecer", dijo, desde esta larga noche que cubre Cushamen y Ayozinatpa.
Entonces su palabra será la poesía que canta atemporalmente para ese niño, al sol que nacerá quemante, a la inmortal memoria, a los alambres que nadie supo nombrar mejor.

Viglietti es el hombre de las manos imborrables. Aquel, nada menos, que miró el mundo, lo vio perfectamente, y disparó su guitarra en defensa nuestra.

Ha fallecido en su paisito, en su pedazo de tierra en esta tierra, el hombre que le puso nombre al pie que no supo de risa o de luz.


María Negro

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