"El teatro es la vida sin tanta hojarasca" Mauricio Kartun, por María Negro
El teatro, como explica Mauricio Kartun, forma parte de
nuestra vida cotidiana en las formas más simples e inesperadas. La paciencia
del pescador, la mirada amorosa y mítica sobre el pasado, la búsqueda interior
y el método de trabajo; en la charla con el maestro se fue cayendo la tarde.
Tiempo propicio para ahondar en un espacio del recuerdo particular: Teatro
Abierto. Un ciclo de teatro que se convirtió en bandera de resistencia contra
la censura violenta de la dictadura militar. El arte como tribuna de denuncia,
tomando posición política. De allí nacerán parte de las obras clásicas de
Kartun. “Chau Misterix”, “La casita de los viejos”, entre otras, son hoy obras
emblemáticas de una Argentina que no pasó, sino que sigue pasando.
Y el teatro como formato, claro, el gran sobreviviente a
todo y a todos.
- ¿Qué tan complejo
fue como artista, como ser sensible, con esta comprensión que tenés de que uno
es parte de una sociedad donde colabora para que otros también puedan traer lo
suyo y entre los dos crecer; qué tan complejo fue hacer teatro durante la
dictadura, en esas condiciones de falta de libertad? ¿Pudiste desarrollar y
entender esto que vos querés transmitir a través del arte, también la idea?
-Trabajé hasta el golpe militar con un grupo teatral en el que
escribía y actuaba, el grupo Cumpa, que era parte del Centro Cultural José
Podestá, una agrupación de actores peronistas. Parte de nuestros referentes
partieron al exilio, se fue Juan Carlos Gené, yo trabajaba en el equipo de Pino
Solanas, había escrito las canciones de murga para “Los hijos de Fierro”, y
Pino se va al exilio también. Trabajaba con Augusto Boal que también se va.
Nosotros quedamos en ese borde de quedarse, irse. Nos quedamos y entramos en
principio en un largo valle de ausencia de producción en el 76/77/78. Tres años
sin producir, algunos intentos nomás que eran como brazadas, pero no avanzaba.
Con nuestro grupo habíamos intentado un espectáculo, luego escribí algunas
cosas de humor que me pedían, pero no me alcanzaba. En el ‘78 ya empecé a
sentir la falta, una falta concreta de producción.
-Casi un exilio
interno.
-Sí. Si no hablás se te seca la garganta, como la voz de la
mañana, rasposa. Yo tenía la sensación de que me ponía a escribir y mi voz
salía rasposa, no funcionaba, no fluía. En ese momento tuve una conexión
azarosa muy importante: fui a hacer taller con Ricardo Monti que fue como una
especie de gran desmoldador de cosas. Por primera vez tuve un maestro que
miraba mi producción, no en el marco de una producción grupal sino que miraba
singularmente a la producción, que la observaba, que la desarrollaba, la
esencia del trabajo de taller, y a partir de ese momento, “se aclaró la voz”, y
apareció con nueva fuerza, y fue a partir de allí que escribí “Chau Misterix”,
“La casita de los viejos”, también otras tres obras que son parte “del
cajoncito”; después “Cumbia, morena, cumbia”, de sobrepique vino Teatro
Abierto, que fue un trampolín muy fuerte en el sentido literal, un lugar donde
picar y levantarse, todos picábamos y subíamos a un lugar mucho más alto de lo
que éramos, porque había algo de saltar juntos que nos impulsaba y cada vez que
caía, el trampolín tomaba más fuerza y más arriba íbamos; por eso es que hay
tantas obras de las dos primeras ediciones de Teatro Abierto que siguen siendo
clásicos. No es habitual que aparezca un ciclo que genere obras que mantengan
vigencia tantos años después. Todo eso fue producto de esa energía, de ese
tablón, y a partir de ahí y con ese impulso vino “Pericones” y todo lo que
sigue. Y si tengo que buscar la puerta de entrada a todo eso, fue aquel taller
de Ricardo, un tipo que pudo mirar y desmoldar un montón de cosas que de otra
manera no hubieran salido. Ricardo fue el que me descubrió el territorio. «Todo
va a salir de lo mismo, anda adentro tuyo, andá a esta cantera, buscá allí ese
lugar, en los mitos, en la infancia, en lo que te conmueve desde siempre y
construí con eso.» Y fue una epifanía, esa sensación de “estaba ahí,
delante mío, y nunca lo había visto”. Lo vinculo con la primera de tus
preguntas, con eso de la pedagogía: habiendo tenido un maestro que de alguna
manera define tu vida, cómo no vas a hacer el acto de agradecimiento
compensatorio mínimo y tratar de transmitir eso a su vez a alguien.
- Pienso que tal vez
Teatro Abierto compensó, de alguna manera, un decir que no podía decirse, el
público encontró en estas obras, en las tuyas, en las de Gorostiza, tantos
autores que participaron, un reflejo, un espejo, el arte tiene que ser ese
espejo hacia otro para funcionar ahí donde ocurre el hecho.
- Teatro Abierto se vuelve realmente poderoso porque el
público, el espectador, el ciudadano, lo toma como herramienta y bandera, lo
toma en su dimensión simbólica. Cuando Teatro Abierto se estrena sus hacedores
no tienen conciencia de la dimensión que puede adquirir. Es simplemente un
ciclo que se va a hacer como tantos otros ciclos que se hicieron antes y
después, y que simplemente tiene vigencia durante su propio tiempo de
representación.
¿Pero qué sucede?
Como siempre, frente a los momentos de crisis la gente usa los elementos
cotidianos para protegerse o para luchar. Vos estás en una manifestación, tiran
gases lacrimógenos y tu pañuelo pasa a cumplir una función que nunca había
cumplido; te lo ponés mojado en la nariz y boca y respiras. Teatro Abierto fue
un pañuelo mojado en la boca. La gente tomó el teatro y lo transformó en otra
cosa. En algo tan poderoso que cumplió una especie de designio dramático, muy
significativo por el incendio del Teatro El Picadero. Es decir, la gente lo
levanta, lo propone como discurso, del otro lado aparece la reacción violenta y
queman el teatro. Teatro Abierto pica más alto todavía y se va al Tabarís y
hace un ciclo con mucha más gente y también con un público que sale justamente
a defenderlo, no solamente por la calidad y por el sentido profundo de las
piezas, sino también por esa dimensión simbólica que alcanza el hecho. Aunque
lo hayan quemado, donde esté, nosotros lo vamos a ir a ver. Este fenómeno es
una construcción social extraordinaria.
Es tan fuerte que a Teatro Abierto, como grupo, lo
desconcierta, “¿Qué hago el año que viene? ¿Cómo hago para se me repita lo
mismo?”. Es naturalmente imposible, entonces vino la natural decadencia de la
propuesta, y lo que quedó como emblemático fueron esos dos primeros años, el
‘81 y ‘82, pero sobre todo el ‘81, que fue como el círculo perfecto de lo
simbólico. Pero más allá de eso se convirtió en un lugar que nos juntó a gente
que de otra manera no se hubiera juntado. Y que al hacerlo nos obligó a muchas
cosas. A discutir política por ejemplo. A encontrar cuáles eran las
coincidencias y también mostrarnos con mucha claridad en nuestras disidencias.
Eso no existía, porque el artista suele trabajar en un lugar de cierto
aislamiento. Esto de juntarnos a los que hacíamos lo mismo, a mirarnos las
caras y a vivir en muy poco tiempo las dos grandes alternativas dialécticas
posibles, que son estar juntos o enfrentados, fue extraordinario. Y yo creo que
repercutió mucho en la aparición de nuevas poéticas, en la iluminación de por
dónde construir una forma que le diera sentido a lo que cada uno de nosotros
sentía. Después, por supuesto, pasó el tiempo, vinieron otras instancias, y en
otras instancias todo cambia: yo puedo seguir con el pañuelo en la mano y
usarlo para los gases lacrimógenos, o lo puedo usar como bandera, y cuatro años
después lo usaré para los mocos. Al fin y al cabo se trata sólo de teatro, no
es otra cosa que esto. Con el tiempo todo volvió a la vieja y calma sabiduría
de 24 siglos, pero en su momento fue glorioso.
-¿Qué es el teatro?
-Hay muchas maneras de definirlo, uno puede mirarlo desde
múltiples puntos de vista. Ante todo, ha sido el gran espejo generador de
analogía en la cual el mundo vive mirándose, distanciándose y sacando experiencia
de ese extrañamiento. Una micro vida, una síntesis de la vida en la cual
podemos encontrar justamente a la vida en estado más puro, en su esencia, sin
hojarasca, lo vivo puro, en estado sagrado.
Podemos tomarlo también como espacio de entretenimiento, o
bien como un lugar de expresión de una capacidad humana muy rara que es la mimesis
(imitación de la naturaleza como fin esencial del arte), digamos que el ser
humano tiene una condición y de pronto encuentra dónde manifestarlas, y ese
lugar no es otro que el teatro.
Pero hay más: Habiendo atravesado el teatro en el último
siglo una experiencia crítica, terminal, como fue la aparición de la
competencia, la pérdida del monopolio; el cine y la tevé, una competencia
además extremadamente más solvente en hacer una buena parte de aquello que el
teatro hacía: contar una historia frente a los ojos del espectador por ejemplo,
cosa en la que el cine y luego la televisión de ficción lo superan en mucho, y
hasta crean un sistema de edición por corte, un lenguaje que aprenden los
cerebros del receptor y les permite disfrutar de ese nuevo lenguaje. Frente a
todo esto decía el teatro queda como un lenguaje anacrónico. Pero curiosamente,
en los últimos años, empieza a pasar que los grandes lenguajes visuales dramáticos,
el cine, la televisión, entran también en crisis de representación: Por dar un
ejemplo: las salas de cine han muerto: No se caen simplemente porque como ya
están amortizadas se las va a seguir explotando hasta último momento, pero ya
como formato han muerto, ya se produce para la pantalla del teléfono con la
misma intensidad industrial con la que antes Hollywood lo hacía para la sala de
mil espectadores. El futuro está ahora en las plataformas. Un lenguaje que
aparece y rápidamente entra en crisis. El viejo teatro, forzado por la
aparición de estas competencias, redescubre que lo único que verdadera y
honestamente puede proponerle al espectador, como diferente –valga la paradoja-
es lo de siempre, es su esencia: ser un ritual. Ceremonia. El rito del mito.
El teatro es un ritual de violencia manufacturado cada vez
frente a los ojos del espectador, un ritual en el que el espectador vive, por
un lado, maravillado del acto circense, del riesgo de un actor desenvolviendo
una actuación frente a sus ojos. Que es un hecho maravilloso. El hecho de que
un tipo esté durante una hora y media siendo otro y diciendo un texto
aprendido, como si fuera propio, en el marco de otros que hacen lo mismo, es un
ensamblaje milagroso. No lo entendemos como tal porque como cuando nacimos
estaba ahí, entonces creemos ingenuamente que es normal. No. No es normal, es
sobrenatural. El espectador va a sorprenderse una vez más con eso, con esas raras
poéticas de la habilidad, y allí arriba lo que encuentra es vida en estado
puro, una vida a la que le ha sustraído todo lo que no tenga que ver con la
acción, con el cambio, sintetizada, pasada por el alambique poético: el teatro
es esencia de la vida.
Y un ritual de violencia siempre. Fijate que eso es lo único
que no le podemos sacar al teatro. En el teatro siempre algo nace, se
desarrolla y muere. Y esto, frente a los ojos del espectador, como pasa con los
rituales, crea una emoción, así como llorás en la ceremonia de una boda, te
conmovés de alguna manera en una obra de teatro, tiene la condición, la
capacidad para hacerlo.
En ese sentido, entonces, habiendo recuperado su esencia el
teatro ya no necesita cambiar para mantenerse vigente. Los formatos físicos,
los que conocemos: el cine y la televisión o los que vendrán son pasajeros,
necesitarán cambiar, se agotan junto a sus soportes físicos. El teatro en
cambio no puede agotarse porque es el non plus ultra. Esto ha hecho que teatro
recupere futuro. Yo estoy convencido de que así como los espacios teatrales se
han convertido en cines alcanzaré a ver la reconversión de cines en salas
múltiples de teatro. Estoy seguro de que habrá un cierre de círculo donde el
teatro vuelve a tomar esos espacios, de otra manera por supuesto, se hace cargo
de nuevas modalidades, de un público que necesita la obra y verle la cara desde
mucho más cerca, encuentra nuevos formatos, pero sigue y seguirá con una
vigencia sorprendente. Por supuesto, haciéndonos cargo de que el optimismo este
tiene que ver con que vivimos en Buenos Aires, que es una especie de parque
temático teatral, y de que las generales de la ley no le corresponden a otras
ciudades del mundo. Hay algo de esa reconversión, de ese teatro que toma
vigencia, que se mantiene, que se sostiene, de la cantidad de espectáculos que
se estrenan, que a mí me resulta casi te diría de premio mágico. Si vos me
decías esto treinta años atrás, te contestaba que estábamos barranca abajo, la
piedra contra la que nos vamos a estrellar ahí a unos metros y, sin embargo,
pasa hoy este curioso fenómeno.
-El teatro forma
parte de las futuras generaciones, con esta naturalidad que vos decís, de 24
siglos. Incluso muchos dan hoy una lucha por mantener abiertos los espacios
artísticos contra las clausuras ¿Vamos a buscar en él, entonces, la esencia?
.
-También el poder de lo simple, porque uno descubre ahí el
poder de lo sencillo, que no es lo barato o lo fácil, es lo sencillo, otra
cosa, el teatro es un cuerpo emocionado, bañado por una luz, atravesando un
espacio; y eso en su sencillez, consigue algo extremadamente poderoso. Yo no
necesito ni grandes escenografías ni grandes recursos técnicos, ni grandes
inversiones de dinero ni grandes salas, lo puedo hacer –como decís vos- en una
casa chorizo adaptada y puedo conseguir armar un ritual teatral que se sostenga
a través del tiempo justamente porque llega al espectador, porque se transforma
en algo que el espectador necesita y adopta. Esto es extraordinario, por eso,
en los últimos años, uno ha visto a tanta gente de cine volcarse al teatro. Y
eso no significa que no quieran al cine, significa simplemente que en cierto
momento descubren que esa sencillez tiene un poder, que esa ausencia de
complejidad de producción que tiene el teatro, hace que vos puedas poner la
energía en lo más importante: la esencia poética, la obra misma esculpida en
unos cuerpos y un espacio. En una película tengo que estar preocupado hasta por
el catering. En el teatro, toda la energía se pone en la obra, ya no la obra de
teatro, pienso en la obra artística, toda la energía está puesta allí.
Entonces, lógico, la gente de cine pasa al teatro, disfruta esa ausencia de
complejidad de producción y de la posibilidad de poner toda la energía en el
objeto, en la obra. Lo que atrae es que con tan poco, se consiga tanto. A mí no
me sorprende el efecto que puede producir una gran película de Hollywood. Sin
embargo, al final, cuando paso por el colador lo que me deja y lo comparo con
lo que me dejó en ese mismo colador un pequeño espectáculo teatral que me haya
conmovido, si dejaron lo mismo ya hay un desequilibrio extraordinario. Ni
hablar de que muchas veces te deja mucho más, eso te perturba.
Nosotros estamos con “Terrenal”, desde hace cuatro
temporadas, tres años y medio, mucho público que nos sorprende. Encontramos en
la platea gente que la ve dos, tres, cuatro veces. Es muy raro que vayas a
pagar al cine para ver de nuevo una película varias veces. Pasa en el teatro
por esta condición ritual, el espectador encuentra un lugar en el que vive una
intensidad de comunión, de un tiempo extático, en el que le pasa “algo” por su
cabeza y a esa “cosa” vuelve a buscarla. Eso que pasa en el teatro no pasa en
ningún otro arte de representación, no pasa en los soportes artificiales, pasa
únicamente en los naturales, en el rito.
“Terrenal” ha sido merecedora de una importante cantidad de
premios y menciones honoríficas en todas sus áreas, entre ellos, el Premio de la Crítica al mejor libro
argentino de la creación literaria 2014, Mejor obra argentina y mejor actor de
teatro alternativo (Claudio Rissi) en los premios ACE, el premio Teatro XXI a
mejor obra dramática, etc. Así mismo, ha estado nominada para mejor vestuario y
mejor escenografía.
Como explica Juan Carlos Capurro "Terrenal es una obra en el aire, que se desarrolla en la
tierra. Uno no sabe, por momentos, si sus personajes son o se hacen. Como en la
vida misma, esta allí el circo criollo que, luego de hacer su función en el
pueblo de provincias, monta, como agregado luminoso, en el mismo escenario,
alguno de los radioteatros de Juan Carlos Chiappe. El domador pasa a ser el
galán, facón en mano; el dueño del circo es el patrón maula y la chica del
trapecio, la heroína, a la que ambos persiguen. Aquí , en Terrenal, el drama es
(como siempre) por la tierra (es decir, por el alma), con un vuelo que por comodidad (siempre
necesaria a los cronistas apresurados) podríamos denominar surrealista. Pero
Kartun es inclasificable, porque su vuelo es único. Y la obra nos deja absolutamente
conmovidos. Hay que ir a ver la última función, este sábado, antes de que salga
de gira por los pueblos"
Los invitamos a asistir a este acto de magia cruel con el poder
de lo simple, en su última semana en Buenos Aires antes de comenzar una gira
por Madrid.
Teatro del Pueblo
Av. Pres. Roque Sáenz Peña 943 – CABA
Jueves 20 hs
Viernes 21 hs
Sábado 21 hs
Domingo 20 hs
Reservas: www.alternativateatral.com.ar
Comentarios
Publicar un comentario