Secuestro en el museo, por Enrique Morcillo


El domingo 10 de diciembre del 2017 tomé conocimiento de un hecho sorprendente. Auguste Rodin y Jean Miró estaban secuestrados juntos en el Museo Nacional de Bellas Artes. Una breve investigación de visu me llevó a esta conclusión. Al preguntarle a un soldado -en ropa de fajina y  ametralladora, que custodiaba celosamente la puerta de entrada  y a quien  pude ver a través de una empalizada- si podía realizar una visita a quienes estaban anunciados  en la fachada me contestó con un gruñido, que pude interpretar como una negativa  al alcance de distintas lenguas.
La contrariedad que frustraba mis propósitos me llevó a pensar qué motivo habría para tener incomunicados a artistas tan destacados. Sin una explicación a boca de jarro caminé cruzando la avenida Del Libertador, sin duda un nombre pomposo para la arteria en que se encuentra  -rodeado de un bello parque- un museo en el que estaban secuestrados dos grandes artistas. Libertad, Rodin, secuestro, Miró, el arte conceptual, daban vueltas en mi cabeza hasta que escucho  a una joven decir a vos en cuello y agitando su mano como en una cancha de fútbol: ¡aguante el noruego!!! , mi desorientación no podía ser mayor ya que era evidente que no se refería ni al gran escultor francés, ni al pintor español. Por un momento pensé que se podría referir al soldado que me había respondido con un gruñido, pero me pareció una apreciación débil ya que de referirse  al soldado este no podría ser noruego,  de lo contrario se trataría de un integrante de fuerzas de ocupación. Cabizbajo casi tropiezo con una señora de aspecto muy refinado que dice sin que parezca una grosería: “son unos hijos de puta”. Pido perdón por una proximidad inadecuada para con un desconocido,  producto de mi tropezón y le digo: “Usted se refiere al secuestro de Rodin y Miró”, ella se sonrió con una sonrisa fresca como un manantial al amanecer y me respondió con una sentencia: “Militarizar un museo no tiene destino”. Cuando ella terminó su frase advertí que estábamos caminando a la par y en el mismo sentido. Seguimos conversando amablemente y me dio su interpretación de la arenga de la joven sobre el noruego. Todo parecía concordar con un dato muy preciso: en Buenos Aires se está produciendo un encuentro internacional de fraternidad entre los pueblos para que se acreciente el intercambio de bienes, servicios y valores culturales.
“Las autoridades han militarizado el  museo para evitar que el mensaje encriptado presente en la obra de Miró  cuyo origen se sospecha proveniente de la ETA no llegue al RAM y de ese modo cortar la conspiración internacional que pone en peligro a los argentinos”, me dijo; “A su vez se habría detectado que tras las esculturas de Rodin se ocultaría una contaminación a cielo abierto que podría en peligro el aire que respiramos en la ciudad y que podría - dada su concentración- penetrar  hasta las napas más profundas de los ríos subterráneos que hay bajo el suelo porteño, me aseguraron fuentes confiables”, insistió. Nos habíamos sentado a tomar un café bajo el ombú centenario,  que seguramente ha cobijado tantas cálidas e íntimas confesiones, y me sentí dominado por una pena. “Tal vez,  hubiera sido mejor que este fortuito encuentro, se hubiera producido dentro del Museo intercambiando  experiencias juntos frente a los artistas secuestrados” le dije. Ella sonrió y me dijo: “afortunadamente no existe el plan perfecto y esta gente no ha advertido el alto grado conspirativo de la payada que vamos a presenciar entre Santos Vega y el mismísimo Lucifer al pie de este ombú ancestral”. No quise asumir el compromiso que involucraba a la patria, los cielos, los infiernos y el destino y me retiré luego de pagar los cafés y saludar a la dama besando su mano como quien pretende retener una última imagen embriagadora y a la vez elegante.

Enrique Morcillo

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