Venecia contigo, por María Negro




Charles Aznavour ha muerto esta mañana. El hombre que no fue Julio Iglesias, y que debió buscar otro lugar en la música, según sus propias palabras, cantó como los pájaros hasta que se le acabó el hilo de la vida. 94 años y el muchacho seguía de gira por Europa llenando teatros donde se agolpaban personas de todas las edades para cumplir ese mágico ritual que es la música.

“Nunca fui poética ni políticamente correcto” dijo Charles, el mismo  que compuso en 1970 Comme ils disent, una canción que describe y reivindica la vida de una travesti que es artista, donde se burla de los que lo llaman ‘Homo’ y actúan como divas siendo personajes de la idiotez. También escribiría canciones denunciando el genocidio de su pueblo, el armenio, al que nunca dejaría de abrazar. Cada uno de sus recitales incluía la canción Les emigrants, como un guiño, una caricia a sus raíces de las que siempre habló con profunda seriedad.

El hombre incansable tenía sus razones: Desde el comienzo de su carrera, hasta entrada su edad adulta, fue rechazado y criticado por su voz, su estatura, su poesía. No tenía tiempo de cansarse, ni de abandonar su pasión por hacer de su cuerpo el río por donde iban a navegar sus palabras. “Tuve que probar a aquellos imbéciles que yo valía”, y vaya si lo hizo. 100 millones de discos no parece poca cosa. No sólo por puro empeño, sino que su genuina condición de pájaro iba a imponerse por prepotencia de trabajo –como dijera el maestro Arlt- hasta la inmortalidad.

El hombre incansable dejó el colegio a los diez años y se educó con la dureza de la vida. Un niño de la calle que, en vez del recelo, maceró la esperanza en la humanidad y la hizo música. Convirtiendo el trabajo en talento, y la paciencia y el escenario en sus mejores amantes.

¿Será eso lo que siempre sentimos en su voz? ¿Una delicada renuncia a la tristeza, a la pereza, al pesar? ¿Una mirada única sobre el mundo que no cedió ante la dificultad?

Aznavour sigue cantando, porque el tiempo le pertenece. Sigue hablando de Venecia y del amor, de la humanidad y de los vínculos, de los sueños cumplidos, de los que nunca abandonan.

Vaya en su balsa al sueño, poeta.
Y gracias por el eterno fuego.


María Negro




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