Ese árbol, por Antonia García Castro
Lo que ella quiere es hacer un dibujo y que ese dibujo le llegue a su papá. Además, sabe exactamente lo que quiere dibujar. Un pájaro. Llegado el caso, varios. Porque ahí donde está su papá no hay pájaros. Si los hubiera estarían en jaula. Más que seguro. Pero los pájaros que ella sabe dibujar tienen alas grandes y las usan. Son pájaros en vuelo. Quizás sea por eso que la orden cae precisa. “Está prohibido dibujar pájaros”. O sea, en rigor, cada cual puede dibujar lo que quiera pero, en la cárcel, no. Está prohibido ingresar a la cárcel con dibujos de pájaros para los papás que están presos. Sobre todo si los pájaros son golondrinas y anuncian la primavera.
Algo así. Más o menos.
Que haya gente para decretar semejantes prohibiciones da mucho que pensar. A lo mejor la nena, que es chiquita, lo piensa. Pero también puede ser que no se detenga en eso. Se detiene en lo otro.
Lo que ella quiere es hacer un dibujo y que ese dibujo le llegue a su papá.
Un día se presenta a la cárcel con su dibujo en mano para ser examinado, sometido a censura y finalmente aprobado. Qué-linda-la-niñita-que-lo-quiere-a-su-papá. (¿Piensa eso la mujer que deja pasar a la nena y a la mamá de la nena?). Mummm. Mummm. Los-subversivos-se-reproducen-de-generación-en-generación (¿Pienso eso?).
No importa. La nena logra su cometido. Hace entrar su dibujo.
No se ven pájaros. Sólo un árbol. Un árbol con ramas y entre las ramas: círculos. Pares de círculos. Muchos pares de círculos entre las ramas.
¿Manzanas?
No.
¿Ciruelas?
No.
¿Globos?
No.
Son ojos.
Son los ojos de los pájaros.
Esta historia fue dada a conocer por Maren Ulriksen de Viñar bajo ese título “Los ojos de los pájaros” en el libro que firma junto a Marcelo Viñar: “Fracturas de la Memoria” (1993). El hecho se produjo en Uruguay en los años 70’. Constituye un antecedente posible a la hora de reflexionar sobre árboles que cobijan, formas de contrarrestar normas injustas y crímenes cometidos al amparo de la ley. Agradezco a Maren haberme hecho conocer esa historia que, desde entonces, me habita, lo mismo que la decisión habita la niña y los pájaros el árbol.
Antonia García Castro
Algo así. Más o menos.
Que haya gente para decretar semejantes prohibiciones da mucho que pensar. A lo mejor la nena, que es chiquita, lo piensa. Pero también puede ser que no se detenga en eso. Se detiene en lo otro.
Lo que ella quiere es hacer un dibujo y que ese dibujo le llegue a su papá.
Un día se presenta a la cárcel con su dibujo en mano para ser examinado, sometido a censura y finalmente aprobado. Qué-linda-la-niñita-que-lo-quiere-a-su-papá. (¿Piensa eso la mujer que deja pasar a la nena y a la mamá de la nena?). Mummm. Mummm. Los-subversivos-se-reproducen-de-generación-en-generación (¿Pienso eso?).
No importa. La nena logra su cometido. Hace entrar su dibujo.
No se ven pájaros. Sólo un árbol. Un árbol con ramas y entre las ramas: círculos. Pares de círculos. Muchos pares de círculos entre las ramas.
¿Manzanas?
No.
¿Ciruelas?
No.
¿Globos?
No.
Son ojos.
Son los ojos de los pájaros.
Esta historia fue dada a conocer por Maren Ulriksen de Viñar bajo ese título “Los ojos de los pájaros” en el libro que firma junto a Marcelo Viñar: “Fracturas de la Memoria” (1993). El hecho se produjo en Uruguay en los años 70’. Constituye un antecedente posible a la hora de reflexionar sobre árboles que cobijan, formas de contrarrestar normas injustas y crímenes cometidos al amparo de la ley. Agradezco a Maren haberme hecho conocer esa historia que, desde entonces, me habita, lo mismo que la decisión habita la niña y los pájaros el árbol.
Antonia García Castro
Gracias a Antonia Garcia Castro (y a Estrella del Oriente, obviamente) por hacerme conocer esta historia llena de ternura que también a mi me habita y hacen más llevadero estos tiempos terribles que nos toca vivir
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