HABLANDO CON LA PALMERA, por Juan Carlos Capurro























La Bienal de San Pablo (1951), junto con la de Venecia (1895), son las más antiguas del mundo. Las dos, a pesar de su vejez temporal, se presentan como las mas jóvenes en materia artística. En el caso de la reciente Bienal de San Pablo, se ve un conjunto generacionalmente fresco, que incluye a la mujer artista, algo hasta hace unos años muy esquivo en el mundo del arte.


La preocupación de esta Bienal por estar a tono con la época es su rasgo distintivo.En esta edición, llega al punto de imponer un pabellón especial de comida y bebida naturista, libre de toda contaminación. La instalación se llama "Restauro" y fue concebida por el brasileño Jorge Menna Barreto.


La preocupación por el deterioro del planeta y la naturaleza recorre la mayoría de las expresiones de esta 39 edición de la Bienal, que estuvo curada por el alemán Jochen Volz (director de la galería Serpentine, de Londres) y por cuatro ayudantes, originarios de Brasil, Sudáfrica, México y Dinamarca: Julia Reboucas, Gabi Ngobo, Sofia Olascoaga y Lars Bang Larsen.


Destacan del conjunto de 340 obras, los collages, fotos aéreas y artefactos de la colombiano-británica Carolina Caycedo. Analiza las heridas, que dejan en la tierra y las comunidades indígenas, las represas hidroeléctricas. La brasileña Lais Myrrha presentó dos enormes torres; una de paja y barro, otra de cemento y ladrillo; su titulo: "Dos pesos, dos medidas". Los lituanos Nomeda y Gedeminas Urbonas exhibieron una muestra de hongos en donde "examinan los procesos botánicos" (La Nación, 7/9/16).


La Argentina fue representada, entre los artistas vivos, por Eduardo Navarro (1979) y Cecilia Bengolea (1979). Esta última, radicada en Londres, es coreógrafa, bailarina y "performer". Su obra, realizada en colaboración con el británico Jeremy Deller, se llama "El sueño de Bombom" y analiza el fenómeno de los bailes pop en Jamaica y "sus lazos con el contexto socio-politico y la sexualidad". Curiosamente, esta obra musical no invoca directamente a lo ecológico.

El envío argentino expone, por cuerda separada, las famosas "papas" del gran artista, ya fallecido, Victor Grippo, conectadas a cables, sobre una mesa.


Eduardo Navarro, por su parte, instaló una especie de gran fonógrafo, comunicado por un caño a una palmera. La obra ,denominada "Espejo sonoro", es un site specific que tiene por objeto, según su autor, el contacto directo con la naturaleza, pues permite escuchar el sonido de las hojas. "Lo mejor es escuchar a las plantas, en lugar de hablar sobre ellas" (La Nación, idem).


De toda esta información surge un dato inquietante: la mayoría de las obras describen aspectos del mundo, como en un laboratorio. Unas miran cicatrices desde fotos satelitales; otras miran gente bailando en Jamaica; mas allá observan, como en el cuento infantil, pero sin personajes, de que están hechas las casas; o, finalmente, analizan como se mueve una palmera.


La historia del arte, en todas sus formas, es una historia de miradas. Velasquez vio a la Corte y a si mismo, en ese contexto opresivo; Rimbaud, al humano en sus demonios; la lista es tan larga como los artistas. El problema es desde donde mira el artista y donde está colocado- en ese juego- su cuerpo.


En esta Bienal lo observado para que se observe no parece encontrar la pulsión de la mirada; ni la rabia, ni la piedad, ni el desprecio, ni la misericordia. No aparece el dolor, ni la sangre, ni la alegría. No aparece, vibrando, lo humano. La Naturaleza, a la que se dedica esta Bienal, tampoco grita, ni llora ni canta. Estamos ante un panóptico de miradas alejadas, correctas en su distancia, acertadas en su  apática sobriedad. Ante la ausencia de los cuerpos, su mensaje encriptado parece decirnos :"esto es asi, y no hay culpables; o , en todo caso, culpables somos todos". Pero ¿culpables de qué?. Para que haya o no culpables debe haber protagonistas. Tampoco se ven personas en los bombardeos satelitales, transmitidos por televisión. Y el locutor es muy correcto, mientras procura no conmoverse demasiado.

Asisitimos asi a una conducta lejana, aséptica, llena de vidrio, sin la pulpa nerviosa y comprometida de aquellas magníficas papas de Victor Grippo, enchufadas a mil voltios, sobre una simple mesa, sucia y llena de tierra.


Juan Carlos Capurro.

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