LOS VERDADEROS ENEMIGOS DEL ARTE, por Juan Carlos Capurro






























Anselm Kiefer. “En el principio”. Mixta, 380x560cm. 2008

Contra todos los pronósticos realizados hace un siglo, la pintura sigue viva. El mercado no logra matarla, pero lo intenta sistemáticamente. La primer estocada es confinarla al negocio especulativo. Un conocido deportista norteamericano compró nueve Anselm Kieffer y los depositó en un banco suizo. Allí yacen, sin que el atleta los haya mirado una sola vez. Son un "ahorro". Las casas de remate de Londres manipulan los precios a su antojo, desde la década del setenta. Siglo pasado.


Los pintores denuncian este fenómeno. Tienen toda la razón. Un cuadro es una mercancía y por lo tanto sigue las leyes de la misma. Hoy, que el control es financiero, la pintura está sometida, como nunca antes, a los caprichos del mercado especulativo. El coleccionista compra  obra como si fuese un commodity; a cuanto tasará en un tiempo. Eso implica que los vendedores se encarguen de manipular los precios, inflarlos o deflacionarlos, según convenga al interés de sus poderosos clientes.


Ante esta situación, la justa  bronca de los artistas genera, sin embargo, en muchos casos, un fenómeno a mi juicio equivocado. Al igual que en la alergia, el cuerpo reacciona contra sí mismo. Me refiero a atribuir este estado de cosas a quienes, en el campo del arte, en lugar de pintar hacen objetos, instalaciones o experimentan otras formas visuales.


Todo artista tiene su posición frente el arte. Es natural. Y en ese sentido, puede o no gustar lo que otro artista realiza.


Otra cosa es colocarse críticamente frente a esas formas de expresión diferentes, que no están, por su parte, contra la pintura, sino que optan por desarrollarse de manera distinta.


La evidente preferencia de los grandes museos y fundaciones por el mal llamado "arte conceptual" (todo es concepto en arte) no proviene de un "triunfo" duchampiano contra la pintura, sino de una imposición de las grandes corporaciones e intereses económicos actuales. Como lo desarrollé en mi  artículo sobre Bourriaud (ver www.estrelladeloriente.com; numero dos), los sponsors  encuentran en los grandes museos campo propicio para el blanqueo de capitales y el descuento impositivo. Se paga no por la obra, sino por la puesta en escena. Esto que Bourriaud pretende llamar trueque, no siendo más que otra forma de circulación de capitales, encubierta en un supuesto "desinterés" de las partes.


De la misma manera que el capital financiero pierde su rastro en un asiento contable, es decir, en un  capital ficticio, se busca aquello que siendo efímero, invaluable en sí por su materia, permita realizar operaciones ficticias. ¿ Quien determina cuanto cuesta una montaña de escombros como la que se expuso en el Palais de Tokio? Lo que importa no es la montaña sino el movimiento de fondos que genera su montaje.



Pero la responsabilidad de esta operación económica no es del artista conceptual; como tampoco lo es de quienes pintan, cuando se los somete a la tiranía del mercado, que oculta y canoniza artistas, según le convenga, a través de sus operadores.


El artista se expresa como puede. Necesita hacerlo. Algunos dominan la materia y se expresan en el milagro de la pintura. Otros, sin esos recursos ni maestría, se manifiestan a través de composiciones de objetos, de instalaciones, de ready mades, de lo que sea y les salga. Todos aman el arte.



Oponerse entre artistas por las formas de expresión es perder de vista quien maneja la ecuación. Es el gran capital, y sus pequeños socios en los países semicoloniales como el nuestro. Por supuesto que hay impostores. Los hay en lo "conceptual" y en la pintura. Pero su destino no está en manos de la mera astucia u oportunismo de sus realizadores, sino en la decisión de quienes manejan los hilos del mercado. Es decir, de gente que fogonea  divisiones de criterio artístico, mientras el arte les importa un bledo.



Juan Carlos Capurro.


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