Microrrelatos, por Agnes Hooft



Cogida con J

Alquilo medio iglú. Cien pesos el día, la cojida es gratis. Frené el auto, di marcha atrás y volví a leer el cartel. Un pedazo de cartón escrito a mano, ropa que colgaba de una soga, una olla al costado de un fogón y una carpa entre los árboles. Todo eso era el paisaje que yo veía en un lugar desolado e inhóspito. Alguien se acercó a hablarme. Era un hombre delgado y alto, un linyera de unos cuarenta años. Atrás de la mugre que lo escondía, resaltaban unos faroles verdes con largas pestañas. Sus pómulos marcados lo hacían más atractivo aún. No lo dudé y le pregunté si tenía lugar para pasar la noche. Me dijo que hasta el momento estaba libre, me quedé. Hacía mucho frío, él me ofreció una sopa caliente y un jarro con vino tinto. Me envolvió con una manta vieja y me abrazó dulcemente. Disfrutábamos del ruido del viento sin hablarnos, luego nos fuimos al iglú. La adversidad lo convirtió en un hombre fuerte, pero en la desnudez era sencillo y tierno. Un amante generoso. A la mañana le dejé el dinero y lo besé. No pude con mi alma de escritora y señalando el cartel le dije que cojida se escribe con G. Él tomó mi dinero y me preguntó si la pasé bien. Le dije que sí. Entonces para el caso es lo mismo, yo prefiero con J de Jorge, porque ese es mi nombre. Le sonreí y me fui.



Amor a primera vista

Primero me lavé con jabón neutro, luego un primer chorro afuera y después llené el frasquito como me dijo el médico. Tantas instrucciones para una meadita insignificante. No podía más del dolor, la cistitis me estaba matando. Cuando terminé, llevé la muestra al laboratorio de análisis clínicos. Entré con la vergüenza propia que genera este tipo de cosas, hasta que me olvidé de todo. Fue amor a primera vista. Era un hombre robusto, que cargaba con sus manos un frasco gigante con orina. Sentí una admiración única ante semejante grandeza. Me imaginé cómo se agarraría el miembro cuando lo introducía en el recipiente. Pensé en el esfuerzo que le debe haber llevado esa recolección. Como mínimo un día entero de trabajo. Además, lo sostenía con tanto cuidado, que demostraba ser una persona protectora. Fue tanta la emoción de haberlo encontrado, que me le acerqué por detrás y le di anotado mi teléfono en un papel. Si te dan bien los resultados llamáme, le dije al oído. Lo saludé de lejos y me fui.


Muerte y malvones

Me estoy muriendo y se me vienen imágenes de mi infancia a la cabeza. Recuerdo que de chica pasaba a buscar a José por su casa para ir a la plaza a jugar. Era mi mejor amigo, hasta nos juramos suicidarnos juntos. Yo tocaba el timbre y me sentaba en la puerta al costado de unos malvones rojos. Estaban colocados en unas macetas de duraznos que me divertía acomodar en filas. Todavía tengo conmigo el aroma de esas flores. Un día mientras lo esperaba, vi por la ventana como su madre lo acostaba boca abajo y con un embudo le tiraba agua en el orificio del ano. Con los años supe que así le curaban el empacho. Hoy entre intervenciones y colonoscopías me siento tan avergonzada y humillada como él, pero tampoco digo nada. José falleció hace unos meses, no alcanzamos a suicidarnos como nos prometimos. Me trajeron un cura. Mis hijos y nietos lloran. El sacerdote me preguntó cuál era mi última voluntad y yo le dije que morirme con un malvón en el culo.


La obra de arte

Esto no entra en ningún lado, me dijo. Sentadas en el cordón de la vereda pensábamos como trasladarlo. Un flete era una opción posible, pero un mínimo golpe nos lo estropearía. Finalmente, decidimos viajar en subte. Salimos del taller por la puerta del frente y entre las dos lo agarramos una de cada punta. Caminamos coordinando los pasos hasta la parada de la línea E. Los brazos nos quemaban de cargar tanto peso y las cuadras se hicieron eternas. Complicada fue la pasada por el molinete, pero un señor nos ayudó a alzarlo y nos pasó la tarjeta por la máquina. ¿Éste paga? nos preguntó. No, Por el momento viene vacío. Una vez del otro lado, bajamos la escalera con mucho cuidado y apuramos el paso para subirnos rápido al metro. Jimena es una gran artista y este trabajo pintado a mano es una de sus mejores creaciones. Ya casi llegamos, ¿Qué opinas?, me preguntó. Me parece que este emprendimiento de cajones vintage está muy bueno, pero que nos conviene para la próxima que nos traigan el muerto al taller.


Agnes Hooft


Comentarios

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

La marca de fuego de las mujeres dadaístas.

UN SOMBRERO DE ARROYOS