So long Leonard, por María Negro

























Devuélveme mi nombre/ Devuélveme mi lista de la infancia/ 
le susurré al polvo cuando se terminó el sendero.
Leonard Cohen



El canadiense lo tenía todo. Una voz profunda, unos ojos radiantes y la sonrisa más seductora del mundo.
Un exquisito poeta que llegó a cantar por un tropiezo con el azar, empujado por esa misma voz profunda que causa la impresión de ser recién nacida y atávica, fresca pero plena de todo lo humano desde el principio del tiempo.
La voz de Leonard es (¿era? ¿es?) atemporal. Ubica el oído como órgano de entrada y se abraza a las venas, a los huesos, a la sensibilidad.

La fama, ese bichito de luz altanero y despectivo, llego a su vida con la música folk, por los años sesenta. Contemporáneo del Nobel, Bob Dylan; de la maravillosa Joan Baez, Leonard deslumbró con la oscuridad de sus tonos, sí, pero esa voz susurraba una poesía amorosa entendiendo al amor como el conjunto de sensaciones y de acciones que somos capaces de tomar por otros.

Su libro de poemas "Flores para Hitler" encuentra en el juego de las palabras una bandera para denunciar al fascismo.

"Escuchad, dice el alcalde, escuchad a las avecillas de los bosques.
Cantan como hombres encadenados."

Su versión de "El lamento del partisano", tradicional canción francesa del tiempo de la ocupación alemana, es una de las más maravillosas obras.
Su voz cavernosa emocionó a Will Wenders que se acostó sobre sus notas graves en Land of plenty.

Tal vez por eso mismo, por esa conjunción de poesía y libertad, de amor correspondido y febril, de desencuentros dolientes, es que todas fuimos Marianne, su musa, la boca que le entregaba el sentido de la música.

El hombre "roto" y "desnudo" que mira Cohen, encuentra en la mujer el consuelo universal para el dolor. Porque tal vez Cohen hable más de las mujeres que del amor, o las nombra como elemento indisosiable de él, de ese amor que se hace lugar en el futuro, que da la batalla por la esperanza, que no se deja corroer por el horror de la guerra, que convierte al amor mismo en un completo acto de valentía.

En un tiempo donde las mujeres somos el "negro del mundo", como diría John Lennon, Cohen va desnudando el universo femenino con admiración y respeto. Con suma sensualidad, despojado de discursos posesivos o machistas, abraza el alma de su amiga Marianne hasta el fin de los días.

“Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría pero no necesito extenderme sobre eso ya que tú lo sabes todo. Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Todo el amor, te veré por el camino.”, escribiría Leonard hace apenas tres meses, cuando Marianne emprendiera ese viaje solitario, pero no tan sola, no tan lejos de la mano de su querido amigo.

En el año 2011, fue galardonado con el premio Principe de Asturias. En su discurso, Leonard emociona con la sencillez de su palabra: "La poesía viene de un lugar que nadie comanda, que nadie conquista. Por eso me siento casi un charlatán, aceptando un premio por una actividad que no domino. En otras palabras, si yo supiera de donde vienen las buenas canciones iría a ese lugar más seguido."

El canadiense de la sonrisa embriagadora no ha callado su voz, no ha dejado de latir en su poesía. El cuerpo es este medio que nos entrega la maravillosa vida, que permite tomar contacto con el otro, que trasciende la piel y se transforma.

Ha partido Leonard, solo para continuar su viaje.

La mano de Marianne, no caben dudas, estaba allí, para seguir acompañandolo.


María Negro

Comentarios

  1. Gracias a Maria Negro y a Estrella del Oriente por este homenaje a Leonard

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  2. gracias leonard cohen.
    estaras siempre presente

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