Tres pintores en la emergencia de lo real

Pasan los años y siempre hay quién confía en el poder intransferible del medio pictórico, al tiempo que descree de aquel anacrónico concepto que nos hablaba del progreso lineal del arte, a pesar de los sintomáticos malestares que atraviesa la pintura (sobre todo la figurativa y sus realismos) alguien va y pinta, llevado por la pulsión. Inmersos en la heterogeneidad contemporánea del arte estos tres pintores, a su modo, construyen sus mundos y reactualizan el viejo lenguaje.

Cinthia Rched tiene una mirada omnívora que traduce el mundo desde un contrapicado infatigable, todo comparece ante su cabina de control escópico, trabaja una materia densa, gestual y nerviosa, que propicia el fundido sensual de las formas, al igual que su dibujo. Se inscribe en el realismo característico de nuestra herencia pictórica de principios del siglo XX, aunque su acción está lejos de la cita historicista. En algunos paisajes (apuntes del natural) deja a los lados restos de pintura (a modo de paleta) que no llegaron al rectángulo del encuadre, es el “obrador” que sobrevive al final de la pintura, y sentimos que en cierto modo su mirada voraz todavía opera allí y completa la obra.
Bettina Bauer practica una pintura de contenida expresividad matérica, la textura y el tratamiento del color se ponen en tensión con la espacialidad realista de las imágenes. Con paciencia y a golpes de espátula logra cavar un espacio táctil en el pequeño rectángulo de sus obras. Sostiene su mirada, a la vez distante y empática, sobre seres emboscados en las aulas de una escuela pública, son retratos de personajes sorprendidos a lo largo de pasillos desangelados, bajo su mirada todo adquiere suficiente dignidad para la captura pictórica, ya sea un busto, o un profesor, quedan igualados en la materialidad de su pintura.
Federico Juan Rubi construye su pintura en torno a la poética del fragmento, ésta se inscribe en una suerte de pop porteño, realista y algo melancólico, usa colores atemperados, trabaja cuidadosamente superficies de apariencia impersonal, su modo realista se vuelve enrarecido por el fantasma de lo no dicho. Sus encuadres incómodos y desplazados ocultan más de lo que muestran, y hace que algunas pinturas funcionan como verdaderos icebergs visuales. Rincones y objetos banales vehiculizan ésta tensión entre fragmento y totalidad, que se potencia aún más en sus montajes de múltiples imágenes, que parecieran comunicar mensajes cifrados en una lengua que desconocemos.

                                                                                                                                                 
 Daniel Santoro

Inaugura el 25 de noviembre a las 19 horas en Alsina 1700, nuevo edificio de la Biblioteca del Congreso

Catálogo de la muestra

Comentarios

  1. Excelente comentario y trataré de ir a la muestra, me motivo el comentario de Santoro

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