Cantando en Marsella sin perder la inocencia, por Tata Cedrón
Estuve por primera vez en Marsella (Francia) en 1972 y, como siempre que fui, paré en el casco antiguo. Hay barrios de mucho carácter en esta ciudad de inmigrantes, que era antiguamente la puerta de entrada a Francia desde África y el resto del Mediterráneo. La principal inmigración fue siempre italiana, los llegados desde Génova y Piamonte alcanzaron alguna vez a ser casi la mitad de la población en la ciudad. Pero también llegaron españoles, principalmente después de la Guerra Civil, además de griegos, musulmanes del norte de África, chinos, rusos, vietnamitas.
Marsella es una ciudad muy cosmopolita, hospitalaria por tradición. En nuestras primeras visitas para actuar allí no parábamos en hotel sino en la casa de los Candela, una familia de españoles republicanos. Varios años después, los dueños de casa ni recordaban como habíamos ido a dar con ellos.
“La primera vez vinimos de parte de Ricardo Golfer”, les dijimos. “Ah, no, a Golfer nosotros nunca lo llegamos a conocer, él era amigo de Juan Gelman, que venía por recomendación de Paco Reves, que era amigo de Paco Ibáñez”, historiaron con naturalidad. Y con ese acento regional cerrado, que tan bien recogen las películas de Marcel Pagnol, con Fernandel como protagonista.
Antes de nuestro primer viaje González Tuñón nos decía “si van a Marsella no dejen de probar una bouillabaisse”. Es una sopa hecha con varias clases de pescado. La probamos cerca del puerto viejo, cuyo extremo norte -llamado l'Estaque- fue inmortalizado por Paul Cézanne en varias pinturas. Me acuerdo de que tomamos la sopa en una fonda antigua, rústica, con muebles de madera, donde comían pescadores y mujeres.
Allí comimos también socca, que es una especie de fainá muy finito con mucha pimienta. Y probamos las beignets, una receta italiana de flores de calabaza rebozadas y fritas.
Junto al puerto, La Canebiere es la avenida principal que recorre el centro de la ciudad. Sobre ella está el mercado al aire libre, un espectáculo de aromas y colores.
La primera vez que tocamos en Marsella fue en el Theatre du Gymnase, junto a Paco Ibáñez. Recuerdo que entre el público estaba Julio Le Parc. Tiempo después nos acompañó en una gira Antonio Agri, que era tan divertido, era como un juglar.
En veinticinco años estuvimos en Marsella muchas veces, la conozco como si fuera Buenos Aires. Recuerdo los barrios Le Panier y Cours Ju. También el Castillo de If, ubicado en la isla homónima frente a la ciudad. Alejandro Dumas lo describe en su novela "El conde de Montecristo"
A veces íbamos en camioneta, pero otras en tren. Y llegábamos a la célebre estación Saint Charles, una construcción de mediados del siglo XIX unida a la ciudad por una escalinata descomunal, decorada con estatuas con temas de África y Oriente. A pesar de los edificios nuevos y la inevitable modernización, Marsella supo cuidar mucho su paisaje original. Y todavía se puede probar la sopa bouillabaisse, como recomendaba Tuñón.
Tata Cedrón
Publicado originalmente en Clarín 04/07/2017
Excelente! "Vi" y "vivi" la Marsella del Tata como si hubiera estado con él.Ni que decir que los olores: estan presentes. Gracias
ResponderEliminarmuy buena la revista digital me entere de la existencia gracias a la entrevista de martha wolff con pedro roth desde la matanza saluda florentino oscar paniagua es mi padre cuando organicen un encuentro para recaudar fondos me gustaría que me notifiquen para gastar un poquito de dinero shalom
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